viernes, 6 de marzo de 2009

La flor de mescatequo (Relato del Oeste)

Llegaron un día sin nombre, cuando el alba comenzaba a difuminarse lánguidamente sobre un cielo arenoso y en absoluta quietud, nadie se percató, entraron sigilosamente en nuestro viejo “Lago de fuego”, un diminuto poblado de Laredo (San Antonio) fronterizo con Méjico, hogar de desarraigados con un doloroso pasado a olvidar y de melancólicos proscritos en busca de una redención que nunca llegaba. Eran cinco, cowboys de tez decrépita y mirada venenosa, observaron nuestros hogares con la escuálida mirada de un zorro en sus rostros y desde entonces todo empezó a cambiar.
La insípida rutina de la que todos éramos presos no nos dejaba ver lo evidente, estos cinco desconocidos no eran simples visitantes, lo llevaban marcado a fuego en la frente, eran unos caza recompensas, aunque no empezaron a actuar como tales desde un principio. Fue poco a poco, de un modo sutil y progresivo, se adaptaron como bien pudieron a la vida del pueblo y nos mostraron sobreactuadamente sus falsas sonrisas y una buena voluntad en la que ni tan siquiera ellos creían ya.
Solo el sheriff Montgomery vio en ellos la ausencia total de humanidad que desprendían sus facciones, pero nuestro sirviente de la ley no era mas que un anciano enclenque al que su revolver le pesaba demasiado, mas de una noche lo escuche lanzando plegarias al cielo.
-Dios santo, llévatelos lejos de aquí, o por lo menos no dejes que hagan el mal en nuestro humilde pueblo.
Nadie ahí arriba le escucho.
Una tarde, mientras el sol lanzaba enormes llamas desde un cielo envejecido y amarillento, los cinco extranjeros se decidieron por fin a actuar. El día antes, la diligencia de San Antonio se detuvo al pie de nuestro destartalado banco para ingresar una alta suma de dinero, que semanas después habría de recoger el viejo Palmer, uno de los hombres más ricos de todo el oeste. En estas circunstancias ya no había vuelta atrás, los cinco recién llegados decidieron atracarlo, había llegado su momento. Las medidas de seguridad de nuestro banco eran ínfimas, en apenas un cuarto de hora lo dejaron sin un centavo.
Todos lo vimos, pero ni uno solo de nosotros se atrevió a mover un dedo, ellos mientras tanto nos miraban de reojo, altivos, con la prepotencia y la seguridad en si mismos que proporciona la ignorancia. Clive, el cabecilla del grupo y él mas anciano y lúgubre de todos ellos, nos obsequio a los allí presentes con una mueca esperpéntica e inhumana que pretendía ser sonrisa, mientras alzaba triunfante su bolsa repleta de dinero. Esta imagen atravesó velozmente el pecho del sheriff Montgomery y convirtió su ya magullado orgullo en un amasijo sin forma repleto de impotencia y rencor.
Pero las sorpresas no habían hecho mas que empezar, Clive y sus hombres no se marcharon raudos y veloces a disfrutar de su botín en Texas o cualquier otra región mas adinerada que la nuestra, si no que decidieron postrar sus traseros unos días mas en “Lago de fuego” mientras decidían en que gastar la alta suma de dinero que acababan de robarle al confiado Palmer.
Esta situación devoraba el alma de Montgomery igual que un ejercito de carcomas hambrientas, habían quebrantado la ley delante de sus ojos y encima se quedaban ahí, vanagloriándose y riéndose de todo el pueblo, tenia que hacer algo, no sabia bien el que, pero tenia que hacer algo.
A la mañana siguiente, se dispuso a caminar por el pueblo con la ardua tarea de poner un mínimo de orden en sus pensamientos, en las calles se respiraba una tranquilidad que no podía presagiar nada bueno. En ese momento, escucho disparos en la parte trasera de la granja de Jeff y corrió hacía allí alarmado. Se trataba de “el mestizo”, un joven de dieciocho años de origen mejicano que disparaba con desgana a un grupo de tablas de madera, y para su sorpresa, no lo hacía nada mal.
-Eres bueno con el revolver muchacho.
-No tiene ningún mérito, y tampoco utilidad alguna.
-¿Por qué dices eso?
-Yo no he fabricado este revolver, no sé hacerlo, por lo tanto no debería usarlo, no lo conozco realmente. En mi tribu cada uno usaba las armas que el mismo fabricaba, y lo hacíamos para cazar alimentos, no por algo tan ridículo como un saco de dinero.
-Pero ahora ya no estas con tu tribu hijo, ahora estas en el mundo civilizado.
-¿Llama usted a esto mundo civilizado?
“El mestizo” se hacía llamar a sí mismo “Alce negro” y pertenecía a una tribu de chamanes denominada “Aguila roja”, a la cual decidió dejar atrás para seguir su propio camino y para conocer a las distintas gentes que poblaban el mundo, su primera experiencia en nuestro pueblo no fue un buen inicio, nuestras gentes lo miraban con recelo, lo juzgaron con la rapidez con la que juzga un cerebro hipnotizado por el confortable juego de espejos de la estupidez, pronto vieron en el a un salvaje depravado que mancillaría la imagen del pueblo. Por otro lado él nos veía como a unos bárbaros usurpadores deseosos de reducir a cero la cultura de sus antepasados. Tan solo Karen, una hermosa granjera de apenas veinte años, se había ganado su amistad y su respeto, el próximo aspirante sería nuestro viejo sheriff.
Enseguida lo vio claro, el joven mestizo podría retar a duelo a los cinco ladrones desvergonzados que albergaba el pueblo, nunca había visto a nadie con tanta maestría, velocidad y puntería a la hora de disparar. Cada día iba a la granja de Jeff a observar sus progresos y a tratar de ganarse su amistad, cuando al fin se lo dijo, obtuvo la respuesta que en el fondo esperaba.
-Ese es su trabajo sheriff, no el mío, además no serviría para nada, y no pienso mancharme las manos con esos patéticos seres a los que tanto teméis.
El rostro del mestizo conjuraba en sus facciones un mágico equilibrio entre inocencia y sabiduría, entre humanidad y frialdad, sus palabras estaban envueltas en una verdad que caía por su propio peso. Pero aun así había que hacer algo, y cada día que pasaba Montgomery tenía mas claro que el único que podía cambiar la situación era este hombre-niño que había empezado a hechizarle con su mirada.
Había transcurrido una semana, solo faltaban cinco días para que Palmer volviese al banco a por su dinero, Clive y los suyos lo sabían y habían anunciado su marcha para dentro de dos días, el pueblo suspiro aliviado. Nuestro sheriff también, aunque sabia que de ahora en adelante para Palmer, “Lago de fuego” desaparecería del mapa y que su credulidad como protector de la ley, ya bastante tocada, se la terminaría de llevar el ardiente viento de la tarde. Todos se equivocaban, los caza recompensas habían decidido divertirse un poco antes de partir para siempre de nuestro pueblo, en el fondo todos nos lo temíamos. Empezaron el día robando dinero de aquí y de allá o destrozando cualquier casa que se cruzase ante ellos y lo terminaron prendiendo fuego al Saloon con el pobre Tommy, que se negaba abandonar su comercio de toda la vida, en su interior. Pete, un viejo ex presidiario atrapado en su propio sentimiento de culpa, fue de los pocos que intento hacer algo, Clive lo acribillo sin parpadear.
Al amanecer la cosa empeoro, el quinteto de la muerte se decidió a visitar hogares con la enfermiza obsesión de violar a toda mujer que resultase medianamente atractiva a sus ojos de rata putrefacta. Mientras, la cobardía y el odio estaban absorbiendo lentamente la vida del sheriff Montgomery.
Ajeno a todo esto, el mestizo caminaba sereno, observando un cielo agrietado y con diminutas nubes revoloteando perdidas por su inmensidad, en dirección a casa de su amiga Karen, con el deseo de escuchar su consejo acerca de la proposición de Montgomery, el viejo sheriff empezaba a caerle bien después de todo. Una vez frente a la puerta escucho gritos, era su joven amiga, una ráfaga de alfileres punzantes recorrió su estomago tembloroso, apretó los dientes con un chasquido seco, desenfundo su cuchillo y entro en silencio, Karen estaba en la cama, semidesnuda y con el pánico clavado en sus ojos, frente a ella Bud, el mas joven y robusto de la pandilla de Clive, se terminaba de quitar los pantalones sin apartar su mirada enferma de deseo de la joven granjera.
-Tranquila zorrita, solo quiero saborearte un poco.
En un suspiro el mestizo se abalanzo sobre el, atenazo su cuello, este lanzo un crujido mudo, acto seguido le clavo el cuchillo repetidas veces, primero en la entrepierna, y luego en los tobillos, borbotones de sangre negra recorrieron la habitación, Bud emitió un aullido atroz.
-Karen, ponte la ropa, ya ha pasado todo.
El joven indio saco su revolver y cogió por el brazo al corpulento caza recompensas que se retorcía por el suelo en una danza grotesca, lo llevo arrastrando por todo el pueblo, dejando una estela de sangre maloliente en las calles, finalmente se detuvo frente al banco y lanzo un disparo al aire.
-¡Clive, mira tengo aquí a un amiguito tuyo!
Todo estaba en silencio, el mestizo disparo tres veces, su rostro ya no poseía inocencia, solo repugnancia por todo cuanto le rodeaba.
-¡Clive, ven a recoger la basura!
Segundos después, el resto de delincuentes acudieron a la llamada, al contemplar la escena, el semblante entumecido de Clive se paralizo con un gesto inhumano, esto no se lo esperaba.
El niño de estrambótico nombre al que todos trataban como a un salvaje decidió retar a duelo a los caza recompensas, seria un enfrentamiento a revolver, uno a uno se las vería con Clive y sus tres compinches restantes, Bud ya solo servia para arrastrarse por el suelo envuelto en una mezcla de sudor y sangre que desprendía un hedor capaz de provocar arcadas a cualquiera que se le acercase. El viejo cabecilla acepto sin pensárselo, era solo un niño.
Seria al mediodía, frente al pequeño almacén de ataúdes de Terence.
-Mañana dormirás con pijama de madera muchacho ¡Ja, ja, ja!
Clive amenazaba con una seguridad en si mismo insultante, nadie se podría imaginar lo que pasaría luego.
A las doce el sol llego a su cenit, sus rayos azotaban con fuerza la tierra humeante, era mediodía. El mestizo fue el primero en llegar, en pocos minutos todo el pueblo se congrego allí expectante, aquel niño era su única esperanza. Seguidamente Clive y los suyos aparecieron entre la gente, su sonrisa aguileña no consiguió borrar el enorme miedo que empezaba a sentir en su interior, pero si solo era un niño.
-Vamos muchacho, tu decides, ¿con quien quieres enfrentarte primero?
-No me importa, decididlo vosotros.
Fue entonces cuando ocurrió, primero se hizo un silencio asfixiante, poco a poco el rostro de Clive y los suyos empezó a contraerse en pos de un miedo innombrable, se tambalearon, miraron de un lado a otro, empezaron a emitir gemidos y lamentos, uno de ellos se arrodillo y comenzó a vomitar sangre, la cabeza se le había hinchado, no parecía humano, otro empezó a golpearse con fuerza en la cara y en el estomago, como si el mismo fuese la persona que mas odiase en el mundo, pronto su cara empezó a deformarse mientras la sangre bañaba su cuerpo tembloroso. Clive empezó a gritar mientras miraba hacía todas partes con los ojos fuera de las órbitas, como si alguna extraña forma le zarandease bajo el sol.
-No puedes huir Clive, ese que tienes ante ti, eres tu mismo.
Todos estábamos perplejos, la escena era surreal, excesiva y hasta repugnante, Karen miraba a su amigo y no lo reconocía, ahora parecía mas fuerte, de semblante mas profundo, casi hermético y con una humanidad que le resultaba dolorosa.
-¡¡AAaaaagghhh!!
El grito de Clive sonaba opaco y confuso en el inmenso cielo.
-¿Queréis saber que os ocurre? Os he arrancado la mascara putrefacta que usabais para protegeros, ya no podéis esconderos, esto que veis, esto que sentís, es en lo que os habéis convertido.
El mestizo se acerco a ellos con caminar solemne y mirada perdida en el infinito.
¡Miradme!, ¡¿En que os habéis convertido?! En unos buitres carroñeros que se esconden tras un revolver, en unas sabandijas sin vida que abrazan la ignorancia mas inmunda por miedo a afrontar lo que son, ¡Miradlo!, ¡Mirad el dolor!, mirad sus afilados contornos, observad su danza sangrienta, sumergíos en sus ojos tenebrosos,¡¡Miradlo!! Aprended de el, sin conflicto no hay evolución, sin dolor no hay vida, solo una muerte lenta.
Los cuatro lo miraban paralizados, sabiendo que cada una de sus palabras era una verdad universal e implacable que se clavaba en sus almas como un cuchillo en llamas.
-No desperdicies más vuestra verdadera naturaleza, buscad la voluntad que duerme en vosotros, invocar al infinito, afrontad las tinieblas que os rodean.
Clive saco su revolver como bien pudo y se lo introdujo en la boca, acto seguido el mestizo lo arranco de sus labios con un golpe seco, después despojo de sus armas a los tres restantes y las lanzo en mitad de la calle.
-Aun no estas preparado para comprender la muerte Clive, ahora te vas a enfrentar a las sombras, si las vences, renacerás siendo otro, si no, el vació te engullirá para siempre.
Dicho esto, el mestizo se marcho con paso firme hacia el horizonte llameante, su rostro volvía a ser el de un niño, pareció fundirse con el sol, nadie, excepto Karen, lo volvió a ver jamás.
Los caza recompensas pasaron toda la tarde y toda la noche retorciéndose de un lado a otro, arrastrándose por el suelo y gimiendo sin cesar en mitad de la calle, al amanecer ya no estaban allí, nadie encontró sus cuerpos.
El dinero se devolvió al banco, y al día siguiente Palmer fue a recogerlo con total normalidad, El sheriff Montgomery recupero la calma de inmediato.
Tiempo después, supe por Karen que el mestizo introdujo aquella mañana unos minúsculos capullos de una planta de su tribu “La flor de Mescatequo” en la bebida de Clive y los suyos.
-Esta flor guarda un espejo en su interior, un espejo que refleja lo que en realidad eres, a lo que aspiras y lo que mereces en la vida, la verdad te hace libre, pero es dolorosa. Solo la puede tomar alguien preparado para ver su alma ante el, y no hay duda de que Clive y sus hombres no estaban preparados, pero aun así, se que sobrevivieron. Ya nunca volverán a ser los mismos.
De este modo, el mestizo soluciono el problema sin recurrir a la confrontación con arma, y además consiguió que la vida de los humildes habitantes de “Lago de fuego” cobrase una vitalidad y una pasión que hasta ahora desconocíamos.
Ilustraciones de Vicente Damián Fernández, Texto de Moisés Rocamora