martes, 30 de junio de 2009

No-hacer


-Y allí estaba yo, mi querido aprendiz, frente a las puertas del dojo del temible clan ninja “Tora-kurai”. Tras contener la respiración me abalance en el interior de la morada. Uno a uno derrote a todos los guerreros del dojo, pero lo hice sin plena convicción, en ningún momento conseguí un mínimo de concentración, en varias ocasiones fui rozado por sus katanas, apunto estuve de perder la vida. Trate de suplir mi falta de concentración con un vigor y una fuerza irracionales, más propios de un animal salvaje que de un samurai, todos mis movimientos se basaban en una mezcla de odio y miedo.

Tras la veloz masacre solo quedaba ya ante mí el líder del dojo, un consumado y letal artista marcial ante el cual no tenía la menor posibilidad si no lograba concentrarme. Sabía muy bien lo que había de hacer, había memorizado todos los códigos de conducta, tenía que conseguir el ánimo perfecto del samurai, el desapego, la mente vacía y el corazón lleno, la vacuidad consciente, el cuerpo sumergido en el instante. Ese estado impoluto que llevaba años buscando sin éxito.

Nuestras miradas se cruzaron durante varios minutos, lo intente una y otra vez sin conseguirlo, finalmente encontré absurda toda esa lucha interior por alcanzar el animo perfecto, asumí mi derrota, sentí mi propia muerte inminente como algo inevitable y deje de buscar.

Y precisamente eso fue lo que activo una chispa en lo mas profundo de mi ser, tras dejar de buscar, toda mi concentración se centro en mi futura muerte, en el vacío infinito que me aguardaba, y tras no sentir ya nada… comencé a sentirlo todo. Lo comprendí todo, todo encajo a la perfección, sentí cada célula de mi cuerpo, cada átomo, los huesos cubiertos de carne, vísceras, nervios, venas, corazón, todo era percibido con una intensidad inaudita hasta ahora, las aguas de mi mente se aquietaron al igual que un lago en una tarde de agosto, pude sentir a mi espíritu sin forma animar sutilmente todo mi cuerpo, era el momento de combatir. Todavía desconocía el resultado final, pero yo ya había ganado.

-Y al final… ¿Derrotaste de verdad a tu contrincante Maestro?

-Jum, veo que no has aprendido nada…con el tiempo entenderás el relato mi joven aprendiz.


Ilustración y texto de Moisés Rocamora

lunes, 15 de junio de 2009

Reflexiones de un gángster

Y allí estaba yo, fumando un cigarrillo tras otro, intentando matar los nervios de la larga espera. Llevaba más de tres horas postrado en una esquina, y el maldito hijo de puta no regresaba a su casa. Todos los días llegaba a la misma hora, pero hoy se retrasaba; no sé por qué demonios, pero se retrasaba en exceso. Tras esperar un poco más apareció: nada más verlo, salí de donde me encontraba y empecé a disparar mi ametralladora; de ella salieron decenas de balas en ráfagas desquiciadas de pólvora y fuego. Casi todas impactaron en su cuerpo, tan sólo era un paleto que tenía la misión de mandar al otro mundo. Se desplomó. Quedó agujereado como un colador teñido por un rojo intenso, era precioso, era el color más luminoso que había visto nunca. Me largué a toda leche. Siempre tengo la paranoia de que alguien observa mis asesinatos, de modo que metí mi arma en una bolsa negra, entré en mi coche y me fui de allí velozmente.
Todos os preguntaréis por qué maté a ese tío, y eso es algo que yo también me cuestiono. ¿Por qué lo maté? O mejor dicho: ¿por qué los mato? Je, porque como os habréis imaginado este no es el primero, la lista es ya muy muy larga. Si queréis que os diga la verdad, no lo sé… y sí, soy un gángster, aunque eso os habrá quedado ya suficientemente claro al leer esta narración de los hechos que un servidor metido a escritor hace de cómo mató a un tipejo sin importancia. Si queréis que os diga la verdad, no creo que nadie eche realmente de menos a cualquiera de los parásitos que elimino, gángsters o ladronzuelos de bandas rivales a la mía, violadores que salen de prisión, vulgares extorsionadores que han hecho daño o incluso han matado a gente sencilla, comerciantes de clase baja, o simples currantes cuyo único deseo era el de pasar por la vida haciendo el menor ruido posible.
Por otro lado, pocos saben que muchos de los mafiosillos de tres al cuarto que extorsionan sin escrúpulos a cualquier muerto de hambre con un comercio de barrio, están a su vez comprados por peces gordos que se dedican a financiar “protecciones” abusivas a obispos y demás ralea que, como cualquiera medianamente consciente sabrá, con sus túnicas y su verborrea condenan a pobres viudas y ancianas al infierno mientras ellos bendicen a dictadores, asesinos y pederastas. Jum, joder, yo creo que son razones de sobra para coger mi vieja ametralladora y hacer algo de limpieza. Ya sé que muchos pensarán que ese no es motivo suficiente para hacer lo que hago, y no os voy a engañar… muchas veces yo mismo lo pienso, y en muchas ocasiones he reflexionado, me he planteado el dejar de matar. Alguna vez he llegado a pensar en tratar de purificar mi alma, en intentar buscar respuestas en alguna filosofía o religión. Conozco muy bien a los cazurros que pueblan mi “profesión” y no quisiera acabar como ellos.
Aunque, en última instancia, sé que, por mucho que quiera dejar esta vida, nunca voy a poder, he creado un hábito. Es sumamente curioso esto de los instintos humanos, el matar a otra persona nos proporciona una extraña sensación mezcla de dolor y placer que puede resultar sumamente adictiva. Aunque, de todas formas, no creo que pudiese dedicarme a otra cosa. Jum, no es necesario que lloréis por mi alma, dudo que alguien lo haga, no os preocupéis por mí, no puedo ir al infierno porque ya estoy en él. Sólo soy un ángel caído, un ángel exterminador.

Texto: José Joaquín Vicente
Ilustraciones: vicentedamián.