domingo, 2 de septiembre de 2012

NOVUS ALIS (1 -Gaia-)





Los primeros resortes del alba comenzaban a intuirse en el asentamiento de los Novus Alis. Nombre científico que significa “Nuevo animal”. Pues para los “civilizados” habitantes de La Zona, todo ser humano que viviese fuera de la enorme y encapsulada megalópolis que les vio nacer, no era más que eso, un animal salvaje e irracional.
El joven “Ojos verdes” apenas pudo dormir en toda la noche. Esa mañana cumplía once años solares. Era el día de su ritual de transformación, el niño daría paso al adulto.
Todo el poblado estaba ya movilizado para dar forma al acontecimiento. El sacerdote y la sacerdotisa de la tribu lavaron y vistieron al niño, el anciano empezó a aplastar los frutos de las plantas “mágicas” en su cuenco y el resto acudió a la entrada de su cueva a saludar y desear buena suerte al joven en este día tan importante.
Al grito de ¡¡Valor!! Por parte de la sacerdotisa, el niño engullo velozmente los frutos aplastados del cuenco y siguió al sacerdote por las ásperas y desoladas llanuras de la tierra. Momentos después, el resto de Novus Alis, capitaneados por la sacerdotisa, iniciaron también su marcha hasta perderse en el horizonte.
Mientras seguía los pasos del sacerdote, “Ojos verdes” empezó a sentir miedo, inicialmente fue algo leve y muy sutil, pero en pocos segundos acabo convirtiéndose en auténtico pavor. Momentos después se detuvieron ante una gran charca de barro, eran arenas movedizas, el sacerdote le indico que se sumergiese.
-Solo puedes salir por tus propios medios, nadie te va ayudar. Valor o… muerte.
Con todo su cuerpo vibrando por el miedo se introdujo en la charca, en un instante ya estaba completamente sumergido. Una vez el barro hubo cubierto cada poro de su cuerpo el miedo se desbocó por completo hasta convertirse en una corriente eléctrica que le exprimía el alma. Gota a gota, parecía estar quitándole la vida. Solo soy un niño –pensó- y voy a morir.
Sintió que la tierra le oprimía cada vez más. La tierra estaba viva e iba a hacerle estallar en mil pedazos. Acto seguido múltiples pensamientos e imágenes inconexas asaltaron su mente: -Gaia, el espíritu de la tierra va a asesinarme, dolor, miedo, no puedo crecer, solo soy un niño, no es justo, es cruel, valor, fuerza, fragilidad, estoy solo, esto es demasiado poder para mí-.
El joven “Ojos verdes” se vio a sí mismo corriendo en libertad por el desierto, subiendo a los viejos arboles del poblado, saltando, riendo y por último…muriendo. Su mente dejo de proyectar imágenes y de formular pensamientos, se hizo el silencio más absoluto. Hasta que, instantes después, el joven niño abrió sus ojos de par en par y empezó a reír a carcajadas. –Esto es un bonito reto, una gran escena en la batalla de la vida, una prueba para mi valor.- Tras esto lanzó un grito estruendoso desde lo más profundo de la charca e, impulsado por el delirio y por un poder desconocido hasta para el mismo, surgió de un salto hasta llegar a la superficie y plantarse con firmeza en una de las orillas de las arenas movedizas. Su cuerpo estaba totalmente cubierto de barro. El sol empezaba  a surgir anaranjado y solemne por el horizonte. El resto del poblado al pie de la charca le hizo una pequeña reverencia con la cabeza. Y el sacerdote, impasible, le indico seguir tras él.
De haber presenciado toda esta escena, cualquier correcto, moderado y apático habitante de La Zona hubiese sentido autentico pavor ante el ritual al que estaba siendo sometido el joven. A sus ojos sería algo de una crueldad totalmente irracional. Sin embargo, para estos “nuevos animales” que habían conseguido sobrevivir a la nueva y frágil atmosfera del planeta tierra, todos estos acontecimientos tenían un marcado matiz místico y transcendente.
Una vez hubieron llegado a la zona más baja y desolada del desierto, el sacerdote se detuvo.
-Ahora te vas a quedar en completa soledad. Vas a esperar durante un tiempo y vas a volver al poblado en la dirección en la que me encuentro. Si vuelves en cualquier otra dirección no habrás superado la última prueba. Sin embargo, si consigues volver tras aguardar un poco y siguiendo el sendero tras de mí. Eso significará que habrás dejado de ser un niño y te habrás convertido en adulto.
Acto seguido, el sacerdote dio medio vuelta y volvió tras sus pasos hasta perderse en el horizonte. Casi sin percibirlo “Ojos verdes” empezó a sentir una soledad abismal brotando como una cascada desde lo más hondo de su fuero interno. Las plantas aplastadas del cuenco tenían un alto poder psicotrópico y estaban en el cenit de su efecto. Sentía que la tierra que pisaba, el cielo sobre él y todo cuanto le rodeaba era lo único que existía en el universo, lo demás era la nada, el vacio, infinito y abismal.
Segundos después, vislumbro una figura despuntando por el horizonte y acercándose velozmente hacía el. Se trataba de un puma. Era frecuente ver pumas cerca del poblado. Todos los consideraban animales protectores, pero este era distinto. Tenía un extraño color grisáceo que al exponerse al sol matutino le hacía brillar y asemejarse a la plata. Pero sobretodo, poseía una mirada asesina y llena de odio de la que carecían el resto. Ver su figura correr hacía se le antojo una imagen de una belleza salvaje y primigenia.
Sin embargo, de súbito, el miedo volvió a cortarle la respiración. Vio su propio cuerpo despedazarse velozmente victima de los colmillos del felino. No había donde huir ahora sí que había llegado el momento de morir.
“Ojos verdes” cerró sus ojos con fuerza y se entrego a su destino. De pronto dejo de oír las pisadas del puma, únicamente su respiración llenaba el espacio. El niño abrió los ojos y sintió a su corazón detenerse. Tenía al animal a menos de un metro. Su mirada salvaje e inabarcable le hizo experimentar el mayor pavor que pudiese soportar ser vivo alguno en todo el cosmos. Pensó que, antes que el puma, sería ese miedo atroz que hacía vibrar todo su cuerpo el que acabaría con su vida.
Tras un corto espacio de tiempo que se asemejo a una eternidad. Las cosas empezaron a cambiar repentina e inexplicablemente. “Ojos verdes” comenzó a notar una gran fuerza brotando de la tierra y aplacando lentamente su miedo. –Debe tratarse de Gaia, el espíritu de la tierra, he de entregarme a él, la tierra y yo debemos ser solo uno.-
Para los Novus Alis, la tierra esta viva. Nuestro planeta y su atmosfera conforman un ser vivo y racional, una gigantesca conciencia con la que se puede interactuar. En su sistema de creencias, consideran que este espíritu, Gaia, fue el causante de los grandes cambios en el clima que acabaron con la antigua civilización de la Tierra.
Llegados a este punto, el niño recordó de pronto que todavía tenía el cuerpo totalmente repleto del barro de la charca, que estaba cubierto de tierra, envuelto por el espíritu de Gaia. Una frase del sacerdote de la tribu surco su mente y le dio el último halito de fuerza que necesitaba. –El valor no consiste en la ausencia de miedo, sino en el dominio de este.
Ahora todo encajo, las cosas adquirieron sentido, tenía la clave. De modo que, respiro profundamente y clavo su mirada en la del puma frente a él, acerco su rostro hasta tenerlo a escasos centímetros del animal. Ambos, niño y felino, se miraron fijamente durante varios minutos. “Ojos verdes” se sintió puro, libre y salvaje como el puma. Y este comprendió que ante él tenía a un igual. Los pumas no podían devorar a sus iguales. Con lo cual se marchó tranquilamente por donde vino y dejo el sendero libre para que fuese recorrido por el niño. El cual, en cuanto piso nuevamente el poblado dejo de ser solo un niño para convertirse en un adulto. El sol ya iluminaba todo el cielo con sus potentes rayos. Desde ese día “Ojos verdes” paso a llamarse “Puma plateado”.

Texto e ilustración: moisESROCAmora