
Pero ahora, en la tranquilidad de mi aposento, un solo pensamiento invade mi mente, una sensación que me produce un horror profundo. Lo que he experimentado hoy en el campo de batalla, el huracán de instintos primigenios que ha poseído cada partícula de mi ser, me ha hecho sentir plenamente vivo, consciente, sumergido en el momento presente, una mezcla del dolor y el placer mas extremos que pueda imaginar mente alguna, un estallido de emociones al que no puedo mas que considerar un arte… un verdadero y totalizador arte… el arte de la batalla.
Mis propias palabras me hacen dudar de mi cordura, he llegado ha creerme hechizado por algún brujo, pero, de algún modo, todo encaja. Desde bien niño siempre he mostrado una sensibilidad especial hacía la creación artística, a escondidas recitaba versos en mitad de las llanuras, en mi mente se gestaban suntuosos lienzos que algún día soñaba con pintar. Pero, mi humilde condición, la necesidad y el destino me convirtieron en guerrero en lugar de artista. Temple mi cuerpo con una ardua preparación física, adiestre mi mente bajo un estricto código de honor.
Hasta el día de hoy, para mí, ser un guerrero era un modo de vida, una manera de ganarme el alimento, no encontraba ningún placer en la muerte de mis enemigos, rezaba a Dios por el perdón de sus almas y de la mía. Sin embargo, hoy todo ha cambiado, me hecho consciente del arte de la batalla, de la grandeza de la crueldad, de la sagrada magnificencia que conlleva el asesinato, la muerte, la destrucción.
Hoy lo he comprendido plenamente, y eso me llena de fuerza, de poder, pero al mismo tiempo me hace sentir verdadero pavor, pues ahora, siento el mundo que me rodea, el universo que me sostiene, como algo de indescriptible y radiante belleza a la vez que oscuro, cruel y abismal.
Ilustración y Texto: Moisés Rocamora