Caminaba calle abajo sin importarme nada en concreto. Tenía un extraño buen momento, de esos que, a pesar de lo anodino de la situación, recuerdas mucho tiempo después, quizás contribuyera el que había bebido algo. Pasé al lado del barrendero de la zona; parecía nervioso y me hacía señales con la mano, quería decirme algo. Yo seguí caminando, pero él insistía y la expresión de su cara sugería que no se trataba de una tontería. Dejó la escoba y todo lo demás allí mismo, nadie le robaría aquello. Entramos en el bar de la esquina y escuché lo más extraño que te puede contar un barrendero que no conoces en un local de abuelos de una ciudad como Alicante.
Yo vivía en el barrio antiguo, donde los bares. Una noche, ya casi madrugada, no podía dormir y decidí salir a buscar algo que no sabía muy bien qué era. Deambulé por las calles hasta que fui a parar a la playa. Él me había seguido, seguramente querría ligar conmigo, aunque eso no me lo dijo. Vi cómo se sentaba en la arena y fumaba un cigarrillo tras otro mientras yo lloraba, pero no se atrevió ya a acercarse a mí, simplemente miraba. No sé cuánto tiempo pasamos así, él tampoco me lo dijo. Cuando amaneció me marché, dejando algo de lo que no tenía constancia que se pudiera dejar en ningún lugar. Esto es lo que me hizo pensar que mi interlocutor quería burlarse de mí; me dijo que, junto a mis lágrimas, dejé mi sombra. La reconoció al momento, a pesar de que no era algo normal no podía tratarse de otra cosa, ya que incluso se movía como yo pero, al contrario que siempre hacía, esta vez prefirió quedarse allí. Se acercó despacio para no asustarla, se sentó a su lado y le ofreció un cigarrillo, el cual rechazó. Estaba desesperada, a pesar de que no era la primera sombra que desafiaba las leyes de la física y hacía algo así. Vivir con cierta clase de personas puede ser un infierno: demasiados problemas. Según ella, ya me habían abandonado otras partes de mí, como el aura, y si seguía con esa forma de vivir acabaría dejándome también mi cuerpo. Al oír esto no supe cómo reaccionar. El chico parecía que quería ayudarme, pero no le creí, era tan ridículo todo… Entonces levantó mi mano y vi que no proyectaba sombra alguna, ni en la mesa, ni en la pared, en ningún lugar.
- Una botella de whisky – pedí. Bebí un largo trago que me supo tan mal como tantos otros. Estuvimos hablando y, mientras tomaba el liberador líquido, casi de forma inconsciente iban saliendo de mi boca ideas que tenía guardadas muy dentro, tanto que ni siquiera sabía que existían. En aquel momento no lo sabía, pero creo que al fin había encontrado un amigo. Entonces pasó lo que había vaticinado mi ex-sombra: mi cuerpo me abandonó, pero no debido a mis problemas, qué ironía, ahora parecía que todo iba a mejorar. Cuando llegué al hospital ya no pudieron hacer nada por evitarlo. Me abandonó por una simple y cruda cuestión bioquímica, demasiado alcohol. Si yo sólo bebía porque pensaba que me ayudaba.
En fin, sirva esto para que sepáis que no debéis tener miedo a separaros de vuestro cuerpo, puesto que ahora soy libre como nunca lo fui.
Texto: Blanca Botella Martínez
Ilustraciones: vicentedamian
lunes, 14 de septiembre de 2009
Suscribirse a:
Entradas (Atom)