Cuando surgieron los primeros síntomas en el cuerpo de Greg Morris, éste estaba demasiado perdido en su particular espiral de obsesiones como para percatarse de nada. Durante los últimos meses, su manera de ver el mundo había iniciado un cambio drástico; ya no era aquel ferviente y aplicado estudiante de biología que llegó a Chicago a principios de 1959. A lo largo de aquel año vivió cientos de experiencias, se relacionó con infinidad de personas que tenían una manera de afrontar la vida distinta a todo lo que él había conocido, salió a la calle, visitó cientos de tugurios, entregó su inocencia al vino y se enamoró por completo del jazz. Uno de sus compañeros de clase le descubrió la obra de un grupo de escritores semi-desconocidos y medio vagabundos que se dedicaban a recorrer todo el país en coche, a tomar drogas, a recitar poesía y a vivir toda clase de aventuras y experiencias. Un paseo por el lado salvaje que había abierto al joven Greg un sugestivo pasadizo de nuevas sensaciones, un nuevo modo de vida con el que comulgó instantáneamente.
Entre tanto nuevo descubrimiento, en ningún momento se dio cuenta de que algo estaba cambiando en su cuerpo. El bello le había crecido visiblemente en manos y pies, y unos afilados colmillos empezaban a asomar por su boca. Hasta que una apacible noche de octubre antes de irse a la cama, distraído, perdió su mirada en la luna creciente que aparecía en la lejanía de su ventana, sintió un escalofrío repiqueteando en su estomago y lanzo un aullido exaltado. De repente se sorprendió por lo que acababa de hacer y en tan sólo unos minutos empezó a ser plenamente consciente de que algo le estaba ocurriendo.
Días después, sus orejas crecieron ligeramente y adquirieron un aspecto puntiagudo, el pelo le empezó a crecer desde la misma frente, y las cejas ya casi se le habían unido. Esta extraña transformación parecía ir avanzando al compás de la luna hacia su plenitud. Tan solo el pensarlo le hizo sentirse profundamente ridículo, ¿un hombre-lobo? Imposible. A lo poco que aún quedaba en su ser de biólogo racional y ordenado, ese simple pensamiento le pareció de una absurdidad insultante. Pero las pruebas estaban por todo su cuerpo, como una verdad confusa pero implacable. Ya no era capaz ni de mirarse al espejo.
Dos semanas después, el ciclo lunar llego a su cenit. Tenía miedo, pero una fuerza extraña pareció arrastrarlo hacía la ventana…había de averiguar qué le estaba ocurriendo. La luna estaba allí, gigantesca y perfectamente redonda, desprendiendo un brillo apagado de tonos grisáceos y azulados. Primero sintió una ligera sensación de aplomo, su estomago le pareció pesar cien kilos, el tiempo se ralentizó, el ambiente estaba cargado, el aire que respiraba se volvió espeso, casi podía masticarlo, la luna creció y daba la impresión de que en cualquier momento entraría en la habitación. Finalmente el tiempo se detuvo. De pronto notó como si su estomago estallara en mil pedazos y sus diminutos fragmentos arañasen todos sus órganos vitales, el dolor le hizo arrodillarse, los ojos se le enrojecieron como el fuego, el pelo comenzó a crecer velozmente por todo su cuerpo, su tamaño aumento en un estruendoso espasmo que desgarró sus ropas, se puso a cuatro patas, lanzó una especie de grito lleno de pavor, su nariz empezó a crecer hacía fuera hasta convertirse en un protuberante hocico, sus dientes aumentaron de tamaño en tan solo una milésima de segundo hasta formar unos largos y afilados colmillos, de sus encías se escapó un coagulo de sangre de pútrido aspecto.
Mientras se transformaba sintió en su cuerpo una tensión y dolor difícil de soportar por un ser humano, pero sobretodo sintió odio. Un odio contradictorio y descomunal, un odio que resultaba totalmente nuevo para él, que desafiaba a la razón y a la lógica. Un odio que contenía cientos de instintos anteriormente reprimidos y antagónicos por naturaleza luchando enfurecidamente entre sí. Odiaba lo que era antes y a su vez odiaba en lo que se estaba convirtiendo. Odiaba este dolor inhumano y al mismo tiempo odiaba no haberlo sentido antes, pues le resultaba totalmente necesario. Odiaba esta lucha interior y al mismo tiempo odiaba no haberla sentido con anterioridad. Odio, odio y odio. Llegó a sentir odio por toda la humanidad, todos habían de pasar por lo que él estaba pasando ahora y, de no ser así, merecerían la muerte, pues nada sabrían de lo que realmente son. Por un momento no pudo dar crédito a todos los pensamientos extremos que poblaban su mente.
Finalmente lanzó un aullido de una contundencia tenebrosa... el joven aspirante a biólogo Greg Morris se había convertido en un lobo de casi dos metros de altura.
Tras mirar a izquierda y derecha, y emitir un leve rugido, se lanzó a través de la ventana, que estaba a cuatro pisos de altura, y al caer sonó un pequeño estruendo que hizo temblar el asfalto. Mostró sus colmillos al cielo y empezó a correr dando enormes zancadas por las calles de Chicago. Era un martes de madrugada y la ciudad estaba casi desierta, pero aun así era una escena indescriptible, un lobo cuyo tamaño era superior al de un caballo corría casi levitando, a causa de sus gigantescas zancadas, por las apacibles calles de una ciudad dormida. Repentinamente un hedor enrarecido atravesó Chicago.
Poco parecía quedar de Greg Morris en el imponente animal, donde un instinto supra-humano de violencia y sangre devoraba sus entrañas. Su pasión y su vitalidad habían crecido desorbitadamente hasta engullir su raciocinio. Después de rastrear varias calles se detuvo ante un garito de jazz, donde a través de la puerta salía la bocanada de sonido de un saxo, un sonido lánguido y sensual que pareció apaciguar al lobo. Seguidamente se retiró con regio caminar a un oscuro rincón desde el que se quedó observando con atención.
Minutos después salieron tambaleándose del bar tres hombres de unos 25 años, que iban abrazados. Dos eran de color excepto el del centro y los tres llevaban un botellín de cerveza en las manos y tenían las pupilas dilatadas y la media sonrisa típica del colocón de marihuana. La música había cesado y el silencio era absoluto hasta que un agudo y sombrío rugido lo rompió de repente. Menos de un minuto le bastó al lobo para asesinarlos a zarpazos, desmembrándoles el estomago como si fuera de algodón. La sangre impregnó las paredes y las tripas asomaron lustrosas a la luz de las farolas. Después los arrastro con los colmillos hasta un rincón y los devoró sin contemplaciones, quedando apenas los huesos.
Al día siguiente Greg Morris se despertó desnudo en la entrada del Douglas Park. Estaba rodeado de sangre y huesos humanos y tras unos segundos de aturdimiento, empezó a ser ligeramente consciente de lo que había hecho. Esto le provocó un hondo sentimiento de culpa. Su mala conciencia pareció extraer de pronto toda la alegría de su corazón, cuando varios de los recuerdos de la noche anterior aparecieron desordenados y en pequeñas fracciones en su afligida mente. Se encogió apesadumbrado y rompió a llorar.
Pasaron los días y el lobo seguía durmiendo en su interior. Greg se sentía repulsivo, se odiaba a sí mismo. Él, un joven inteligente y sensible que, aunque algo rebelde, siempre había mostrado respeto por las personas, convertido de repente en una masa peluda carente de inteligencia, en una asesino despiadado movido por el ansia de sangre. Esto no podía ser real, era de locos, había de ser una pesadilla... y de no ser así, ¿por qué él?
En la siguiente transformación algo empezó a resultar distinto. El periodo de cambio que va de hombre a lobo le pareció igual de doloroso pero aun así, experimento nuevas sensaciones durante la mutación, sensaciones extremas, subyugantes, pero cubiertas de una vitalidad inimaginable. Y en su periplo por las calles como lobo, encontró un extraño placer al devorar personas, se notó libre, poderoso, redimido de cualquier juicio moral. La adrenalina rezumaba por todo su interior y la amarga fuerza de la vida guiaba cada mordisco que daba.
Pasaron los meses y el universo interior de Greg Morris seguía cambiando a cada segundo. Abandonó las clases y se encerró en su apartamento, pasó días y noches leyendo, escribiendo, meditando sobre su nueva condición de hombre-lobo y tratando de recordar lo acontecido en cada nueva transformación. Poco a poco consiguió dominar a su antojo los impulsos del lobo. Ahora ese ser gigantesco y sanguinario de aspecto abominable dejaba vía libre a sus instintos cuando se lo ordenaba su razón, y no sus entrañas. De un modo progresivo el lobo iba teniendo más de Greg Morris y viceversa.
Por último empezó a desear con fuerza la llegada de cada nueva metamorfosis. Había dejado de alimentarse de comida normal. Convertido en lobo cazaba para varias semanas y comía cada día su ración de carne cruda. Personas, animales, poco importaba, ninguna sensación era equiparable al riesgo y a la fuerza fulminante experimentados durante la caza.
-He de encontrar un equilibrio, sé que puedo hacerlo, la bestia y yo somos dos caras de la misma moneda, pero hemos de interactuar. Yo tendré la vitalidad, la energía y la entereza del lobo, y él tendrá mi inteligencia y mi sensibilidad. Pero aún así la lucha ha de continuar, mis dos caras han de estar equilibradas y al mismo tiempo en eterna disputa. Si esa lucha cesase, lo haría también mi pasión, mi inteligencia y todo lo que me convierte en un individuo. Esta batalla continua es lo que me hace fuerte y libre. Tal vez durante toda mi vida haya estado preparándome para esto, para conocer mi verdadera naturaleza.
Pensamientos como éste asaltaban la mente de Greg Morris mientras deambulaba por su apartamento con el semblante perdido en la nada. En algunos momentos no terminaba de creerse la enorme cantidad de cambios que había sufrido interior y exteriormente en los últimos meses. Nunca jamás volvería a ser el de antes y esto le asustaba y, a su vez, le parecía sumamente excitante.
Sin embargo aún quedaban más sorpresas dispuestas a trastocar la vida del joven hombre-lobo. Una fría noche de enero, mientras Greg fumaba un cigarro con la vista clavada en la luna creciente y sumido profundamente en sus pensamientos y anhelos, alguien le dio una suave palmada en el hombro. Se giró sorprendido.
-Debo felicitarle joven Greg, hacía muchos años que no veía a nadie conseguir lo que usted ha conseguido.
-¿Qué coño...?
Ante él tenía a un hombre de más de 50 años, alto con larga melena, barba poblada y ataviado con una gran túnica negra.
-No nos han presentado, aunque nuestras familias hace mucho tiempo que se conocen.
-¿Cómo demonios ha entrado?
-Te sorprendería conocer las cosas que soy capaz de hacer.
-¿Ha forzado la cerradura?, no puede entrar en un apartamento así sin mas.
-Je, yo si puedo.
Se observaron en silencio. Greg sintió el instinto del lobo palpitando por todo su ser
-Con todo mi respeto, es usted un pirado, y no me apetece en absoluto darle coba. De modo que si es tan amable, márchese y olvidare lo ocurrido.
Pero algo le decía a Greg que este hombre hablaba en serio, sus facciones hendidas y su semblante categórico parecían esconder una extraña sabiduría.
-Oh, solo quería un poco de conversación, he cometido un error y quiero enmendarlo.
-¿Podría explicarme en que consiste este estúpido juego?
-Tú lo has dicho. Empezó como un juego, un juego con el que yo habría de divertirme mucho, y lo he hecho, pero ahora he de terminarlo y llega lo más divertido de todo.
El extraño, cambio de semblante y levantó su mano derecha mientras los ojos se le tornaron de un azul celeste. Greg sintió un escalofrió y mostró sus colmillos.
-No quiero descuartizarte aquí mismo, dime quién eres y qué quieres.
-Ja, hay algo en tu interior que me conoce. Soy Tryanga, un hombre dotado de un don especial, un hechicero, un profeta, un conocedor de las artes oscuras, un sabio que ha decidido rebajarse a tu nivel para participar del grotesco juego de la carne, para saborear los manjares de la venganza.
-¿Qué venganza buscas en mi?
Tryanga bajó el brazo y sus ojos volvieron a ser los de un hombre de más de 50 años. Se llevó las manos a la espalda y esbozó una sonrisa atestada de odio.
-No recuerdas a tus padres ¿verdad, Greg?
-¿Qué?... Mi padre murió devorado por un león y mi madre murió al nacer yo, pero ¿a qué viene esto ahora?
-Esa es la versión oficial, la que todo el mundo cree. Pero yo sé cual es la verdad.
Se hizo un silencio.
-Habla de una vez.
-Veras, jum. Tu padre, como bien sabrás, fue un afamado cazador de Leones. Lo conocían en toda La India. Sin ir más lejos, varios ejemplares que se encuentran en zoológicos de Chicago son crías de Leones cazados por él. Pues bien, tu progenitor, como todos los hombres, tenía deseos de lo más absurdo. Uno de ellos fue el de matar a un león. No cazarlo, si no matarlo, para después disecarlo y decorar su salón con la cabeza del animal. Pero para ello eligió la manada equivocada, la manada donde hallaría su muerte, porque en ella se encontraban jugando con los nobles animales mi mujer y mi joven hija. Ellas no tenían la visión banal y temerosa del animal que tenéis vosotros. De este modo, llegado el día, el famoso cazador de leones se encontraba borracho. Al parecer había apostado con un amigo que sería capaz de disparar a un león desde casi un kilómetro de distancia completamente borracho. Y es cierto que acertó, pero no a los leones, sino a mi mujer y mi hija.
Greg sintió de pronto la sensación virulenta y helada que el conocimiento de la verdad provoca en el estomago.
-El odio se alió con su hermana la locura y juntos abrasaron mi alma. Por primera vez encontré las fuerzas necesarias para hacer uso de mi don. Curioso sentimiento el odio ¿no crees? En el encontré la fe y la voluntad de poder para ser lo que ahora soy. Así, introduje la locura en el interior de un león y éste, absolutamente enloquecido, devoró a tu padre varios días después. Al mes siguiente tu madre te dio a luz y murió en el parto, pero tú sobreviviste, aunque justo cuando asomaste la cabeza en este escabroso mundo enterré en tu espíritu la vieja maldición de los Licaon y, como una semilla, ésta fue creciendo lentamente sin que tú te dieses cuenta.
Ahora todo encajaba. El extraño desorden que había guiado los últimos meses de la vida de Greg se unió en paradójica inercia formando un círculo perfecto.
-La idea era que tu no soportases tu nueva condición de hombre-lobo, que sintieses asquo de ti mismo, que te odiases, que te volvieses loco y, finalmente, que te suicidases esclavo de la angustia y la confusión por ser hombre y bestia. Pero no ha sido así. Admito que te infravaloré. Tu conducta y cómo te has adaptado a tu nueva circunstancia son dignas de un sabio. Te he estado vigilando en secreto desde que naciste, y esto no me lo esperaba.
-Y supongo que ahora has venido ha acabar conmigo con tus propias manos y así terminar por fin tu venganza, ¿No es así?
-Je, creo que resulta obvio ¿no?
Greg esbozo una sonrisa repleta de fuerza y seguridad en sí mismo, exhibiendo los colmillos afilados entre sus labios.
-Supongo que no creerás que voy a luchar contra ti por estupideces como odio o venganza ¿verdad?... Por lo que me has contado, mi padre no era más que un egocéntrico ignorante. Quizá te defraude, pero no siento ningún tipo de lastima por él. Yo, al contrario que tu, estoy por encima de todo eso.
-¿Qué quieres decir?
-Tu solo eres un esclavo del odio. Es cierto que el odio te dio la fuerza que ahora tienes, pero ¿a qué precio? ¿Qué harás cuando me mates? ¿Qué sentido tendrá tu vida entonces?
-Cuando te mate todo se acabará, cuando te mate alcanzare la libertad.
-Ja ja ja… pobre iluso, ¿qué sabrás tu lo que es la libertad?
Al escuchar sus propias palabras, Greg se sorprendió por el enorme poder que empezaba a recorrer su cuerpo, un ímpetu eléctrico que le hacía sentirse invencible. Tryanga lo notó.
-La libertad sólo existe en el camino hacia ella, mientras se lucha por ella. La libertad no se consigue, la libertad se obtiene, y una vez obtenida se vuelve a lanzar lo más lejos posible y se vuelve a caminar hacia ella, a luchar por ella. Conseguir la libertad solo supone el apaciguamiento del espíritu y la lenta muerte del alma.
El viejo hechicero lo miraba sobrecogido, sus palabras estaban cubiertas de una determinación casi aterradora.
-Te... Te llenas la boca de palabras cuyo significado real desconoces, ja, cuando veas a la muerte caminando hacia ti, te arrepentirás de cada una de tus patéticas provocaciones.
-Perfecto, muéstrame a la muerte...
Greg se dirigió a la ventana y la abrió lentamente, ahí estaba la luna, como una enorme roca refulgente, casi en su plenitud.
-Con esto será más que suficiente.
La observó fijamente durante varios segundos e inició su metamorfosis.
-Eso es, transfórmate en lobo, yo aún no he jugado mis cartas, como te dije, no sabes las cosas que soy capaz de hacer.
Tryanga emitió un gruñido estrepitoso y se arrodilló en el suelo con la mirada perdida, después comenzó a retorcerse de un lado a otro, su tamaño aumentó de repente, sus ropas se desgarraron, y gran cantidad de pelo de un tono amarillento surgió por todo su cuerpo. Greg lo observo sorprendido mientras continuaba con su dolorosa alteración de hombre a bestia.
El tejido temporal pareció detenerse nuevamente en el apartamento del joven estudiante de biología, el ambiente adquirió un espesor inhumano, mientras ambos iban lentamente mutando, envueltos en alaridos, convulsiones, golpes y coágulos de sangre.
Minutos después ambas bestias completaron su transformación. Greg volvió a obtener la forma de su otro yo, un lobo titánico y de aspecto perturbador. Pero Tryanga no, el hechicero se había convertido en un descomunal león, una ostentosa criatura de melena dorada y semblante fraguado en odio. Ambos animales se miraron fijamente. Acto seguido el lobo atravesó la ventana y salto a la calle, y el león hizo lo mismo.
Una vez allí, las frías y silenciosas calles de Chicago fueron testigos de un combate sanguinolento y brutal como pocos. Las dos bestias saltaban una encima de otra, rodaban por el suelo, en ocasiones casi parecían volar por los aires dándose zarpazos, la sangre impregnaba las paredes y los rugidos retumbaban por toda la ciudad. La gente se asomaba temerosa a las ventanas. Nadie podía dar crédito a lo que veían sus ojos.
Tan solo fueron unos veinte minutos, pero parecieron interminables. Poco a poco el león fue acallando su furia preso del cansancio, mientras el lobo parecía dominador de una extraña fuerza que aumentaba a cada segundo. Prácticamente ya no existía ningún tipo de disociación, Greg y la bestia formaban un solo ser, conferido de ese equilibrio sagrado que sólo la madre naturaleza posee. Su energía era tal, que su cuerpo empezó a desprender un halo de luz, algo distinto e indefinible brotó de repente en el entorno, algo sin forma pero claramente perceptible. La gente que asomaba por las ventanas comenzó a intuir sus sentidos expandidos, el cielo recibió nuevos colores, la atmósfera palpitaba como un corazón gigantesco. Todo Chicago estaba teniendo una experiencia colectiva que nadie jamás conseguiría explicar.
Finalmente, el lobo-Greg agarró al león por el cuello y lo levanto del suelo. Así erguido se asemejaba a una deidad de horripilante belleza, la misma que Chicago escondía en su interior. El león se convirtió nuevamente en Tryanga; el hechicero había sido derrotado. Segundos después, el imponente animal victorioso volvió a su estado humano. Greg Morris apareció desnudo. Continuaba sosteniendo a Tryanga en el aire. Definitivamente ya no era el mismo, en su joven semblante aun latía el instinto primario del lobo.
-Bueno, parece que los hechos hablan por si solos, ¿no crees? Te presentaste ante mi como un sabio, como un profeta,...Je, pero tu sabiduría sólo es la prepotencia que nace tras la frustración, la fuerza inocua de alguien carcomido por el odio.
-¿Qué... que quieres de mi? no alargues más mi suplicio, mátame, ¡mátame de una vez!
-¿Quién ha dicho que quiera matarte? Necesito tu inestimable ayuda.
-¿Qué estás diciendo?
A Tryanga empezó a faltarle el aire.
-Necesito que me respondas a unas preguntas, veamos, si le doy un zarpazo a alguien, solo un zarpazo leve, de modo que sangre un poco pero que no muera, si hago eso, ¿Adquiriría también mi victima la maldición de los Licaon?
-Ss...Sí, puedes contagiar a cualquiera con solo hacerle sangrar.
-Ja, perfecto, era justo lo que quería oír. Desde esta misma noche, empezara el contagio global.
Greg dejó suavemente al hechicero en tierra firme.
-¿Qué... que has querido decir?
-Mañana mismo empezaras a plantar la semilla de los Licaon en el interior de cientos de personas, recorrerás el mundo haciéndolo, y yo haré lo mismo contagiándolos a todos a zarpazos.
-¿Qué? ¿Te has vuelto loco?
El hechicero retrocedió temeroso, pero la mirada de Greg no evocaba locura, sus facciones desprendían la aterradora fuerza de la vida, el sangrante huracán de una existencia absolutamente libre.
-Esto que yo he experimentado, ha de experimentarlo toda la humanidad, ha de conocer su verdadera naturaleza. Nos hemos civilizado en exceso, y seguro que lo haremos aún más si nadie lo evita. Hemos olvidado lo que somos realmente, corremos el peligro de convertirnos en autómatas incapaces de sentir ni de razonar nada, en parásitos sin alma que se arrastran por gigantescas ciudades esperando su muerte. La moderación, la represión de los instintos y el autocontrol solo nos llevara a la extinción de la especie humana. Y yo voy a darle otra oportunidad, voy a darle a un humano la opción de volver a ser humano en toda su dolorosa magnitud.
Tryanga lo observó petrificado.
-Te has vuelto completamente loco, es cierto que tus palabras tienen coherencia, pero haciéndolo de ese modo lo único que conseguirás es sembrar el caos.
-Es muy posible, pero del caos siempre surge algo nuevo, un cambio, y los seres humanos hemos de someternos continuamente al cambio si no queremos perecer.
Greg lanzó una sonrisa, los ojos se le enrojecieron y sus colmillos aumentaron de tamaño.
-No tienes porque ayudarme si no quieres, de todos modos, desde esta misma noche la raza humana tal y como la conocemos, dejará de existir.
Seguidamente se marchó a enormes zancadas, perdiéndose rápidamente en la fría noche de enero.
Ilustraciones: José Luis Espuelas
Texto: Moisés Rocamora
lunes, 5 de octubre de 2009
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Es verdad, hace falta conectarse más con el lado salvaje, indómito, dejar atrás la ropa de mono y encontrarse ante el abismo estilo Jekyll y Hyde para salir triunfantes siendo una fusión entre bestias y seres pensantes.
ResponderEliminarMagnífica historia, incluso se me antojaría hacer una película con esta trama (en verdad).
¡Bravo!
Bites & Bloody Kisses.
"corremos el peligro de convertirnos en autómatas incapaces de sentir ni de razonar nada, en parásitos sin alma que se arrastran por gigantescas ciudades esperando su muerte"
ResponderEliminaramén, hermano. amén.
¡No hay suficientes relatos pulp en el mundo moderno!
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