Antonin se encontraba sentado en la sala de espera del burdel de Virginie, agitando su copa de vino y con la vista perdida, llevaba su magullado y canoso traje de los domingos y el pelo revuelto, pero aun así continuaba manteniendo esa atractiva aureola de poeta puro e inocente. –Borregos, id todos a la iglesia como borregos, como buen domingo que es, que yo mientras tanto amare a una hermosa criatura que no es esclava de ninguna absurda moral. Ilusos, vosotros si que pecáis continuamente, adormecidos y sin pasión os arrastráis por las calles de París ¡eso si que es pecar!, yo sin embargo si que soy puro, yo si que estoy libre de todo pecado, pues celebro mi existencia a cada segundo.
La mente de Antonin, se llenaba de pensamientos que en lo más hondo de su alma ya había dejado de sentir, poco a poco estaba perdiendo la fe en sí mismo, en su poesía, en sus ideales, y en todo lo que daba coherencia a su mundo, se sentía solo en un nido de ignorantes, frustrado y decepcionado ante la actitud pasiva de la gente, ante su falta de sensibilidad, ante su rechazo al arte, a su arte. Ya no conseguía disfrutar de las cosas, la humanidad le estaba absorbiendo su pasión y su vitalidad. De repente sintió un pinchazo en la sien, como un chasquido de frío metal arañando su cerebro, lanzo un pequeño quejido, con un movimiento brusco le asesto un buen trago a su copa de vino, y se quedo confundido con la vista clavada en el suelo.
-Ya puedes pasar borrachín.
Virginie se planto a su lado, era una mujer de unos 50 años que todavía mantenía un raro atractivo, el de todas las personas fuertes y vitales que se han hecho a si mismas, las arrugas se habían adaptado muy bien a su cara pálida de niña, y sus ojos azules seguían brillando como el primer día que vino al mundo.
-Que tienes para mí esta noche, hermosa Virginie.
-Una ninfa inexperta y regordita, al gusto de nuestro poeta favorito.
-Espléndido, voy a amarla con la pasión de un colegial.
-Adelante, ve, esta en la habitación numero 3, y espera un momento que esta terminando de maquillarse para ti. ¡Ah! y no te vayas a enamorar otra vez que luego no hay quien soporte tus delirios de borracho.
-Mi corazón es incansable, querida Virginie, que le voy hacer.
La habitación de la joven ninfa no era excesivamente amplia, pero provocaba una sensación muy acogedora. Aterciopelada y meticulosamente cuidada, mantenía el aspecto desgastado de burdel pero con una atmósfera de pulcritud sorprendente. Antonin miraba las cortinas rojizas con añoranza, ¿Cuantas hermosas flores había poseído en estas cuatro paredes?, ¿Cuanto amor había entregado?, ¿Cuánto aprendió de el mismo en cada visita?. Pero ahora todo empezaba a perder sentido para el, todo el mundo se había puesto en contra suya, ya no podían dejarle ser el mismo nunca mas, daba mucho amor, pero nadie le daba nada a el. –Si pierdo la pasión me convertiré en uno de ellos. Penso asustado.
-Ardía en deseos de conocerte personalmente querido Antonin.
Antonin se giro sorprendido, ante él tenía a una persona vestida totalmente de negro con una especie de pijama ceñido al cuerpo, sus facciones eran demasiado femeninas para ser de un hombre y demasiado masculinas para ser de una mujer. Tenía unos enormes ojos negros ligeramente maquillados y unas extrañas pupilas con una especie de espiral en su interior. Desprendía una belleza magnética.
-¿Quién es usted? ¿Le conozco?
-Nunca nos habíamos visto de esta manera, pero si, si que nos conocemos desde hace mucho, mucho tiempo.
-¿Qué esta diciendo?, ¿no le había visto nunca?
Antonin se sentía extraño, quería mostrarse severo, pedir explicaciones por esa rara intromisión, pero no podía evitar sentir una ligera y placentera embriaguez, experimentaba una atracción irremediable hacía el, y al mismo tiempo notaba un pequeño hueco en el estomago, como un molesto palpito incesante.
-¿Qué ha hecho con la mujer a la que espero?
-Bueno, vayamos por partes, primero me presentare, mi nombre es Chris, aunque también me conocen como "El guardián del caos ordenado”
Chris coloco sus manos en la espalda y agacho ligeramente la cabeza a modo de saludo, cada uno de sus movimientos estaba envuelto en una enorme sensualidad. Antonin estaba hipnotizado, ponía los cinco sentidos en cada gesto realizado por el enigmático personaje.
-La hermosa dama a la que esperas esta perfectamente, pronto acudirá a su cita contigo, pero ahora hemos de hablar.
-No… no entiendo nada, no le conozco, ¿de que tenemos que hablar usted y yo?
-De tu huida, de tu abandono. Siempre has sido uno de mis favoritos y ahora me abandonas, tu me llamaste encarecidamente, y ahora te rindes y huyes.
-Pe… pero ¿qué?
La dulce embriaguez crecía mas y más en la mente de Antonin, a la vez que el pequeño hueco en el estomago aumentaba de intensidad.
-Sabes muy bien de que estoy hablando, olvídate de tu mente, piensa con el alma. Eres perfectamente consciente de lo que te ocurre, tu mismo lo has pensado hace un momento, “si pierdo la pasión me convertiré en uno de ellos”, después de todo quieres rendirte.
El dolido poeta sentía el implacable peso de la verdad hundiendo todo su ser en un pozo de angustia.
-E…ellos no me dejan otra opción.
-¿Ellos? ¿Y quienes son ellos? ¿Qué importancia tienen? Ese es tu error, y esa es su trampa. Tú eres tu, un ser humano, y el ser humano tiene una misión, crecer interiormente, encontrar su camino y fundirse con el universo, solo eso, todo lo demás es banal y secundario. No puedes permitir que ellos te importen lo mas mínimo, desperdicias tu energía odiándolos.
El cuerpo de Antonin estaba absolutamente inmóvil, su atracción y su deseo hacía Chris continuaba aumentando, había empezado a marearse.
-Estimado Antonin, en ultima instancia, todo consiste en el sublime arte del equilibrio.
Chris comenzó a moverse lentamente por la habitación, se dirigió a una pequeña mesita de noche en la cual había una botella de vino y varias copas vacías, sus movimientos constituían una danza extremadamente sensual, casi exótica, abrió la botella y lleno una copa.
-Como bien sabrás, o por lo menos habrás intuido, el alma ha de estar preparada para recibir los influjos sagrados del universo, para tomar consciencia de su origen primero, para sentir el todo, para encaminarse hacía Dios. Pero si el individuo portador de esa alma, decide adaptarse e integrarse plenamente en una sociedad o masa humana…
Chris le dio un trago a su copa de vino, mientras Antonin le observaba conteniendo la respiración, la embriaguez y el mareo continuaban yendo a más.
-Esa posibilidad de preparación por parte del alma desaparecerá por completo. La masa anula al yo, y con ello la posibilidad de crecimiento interior. Por supuesto que hemos de relacionarnos con las personas, y hemos de amarlas a todas, pero jamas debemos introducirnos por completo en una sociedad humana, con sus reglas y valores que aniquilan al individuo, si lo hacemos, habremos perdido en el juego de la evolución.
Antonin comenzó a perder el equilibrio, el dolor provocado por el hueco en él estomago empezaba a ser insoportable.
-Eres libre de decidir lo que quieras, pero si sencillamente te dejas llevar, como has hecho siempre, hallaras lo que verdaderamente anhelas.
La percepción de Antonin comenzó a distorsionarse.
Andrew recupero ligeramente el sentido, estaba tumbado en el suelo de la inquietante habitación blanquecina del Señor Turner, este se agacho y le susurro al oído.
-Si la oveja se escapa del rebaño, tendrá que enfrentarse a los mil y un peligros del oscuro bosque, Jum… y seguramente acabaría muerta.
Antonin se apoyo en la pared, estaba a punto de caer desplomado, Chris le observaba sonriente.-Pronto acabara esto mi querido poeta.
jueves, 23 de abril de 2009
martes, 14 de abril de 2009
Manakel: Planeta de energía. (Parte 1 de 3)
Como engullida por un diminuto agujero negro, la vida de Andrew había ido lenta y silenciosamente difuminándose con los años sin que ni tan siquiera el mismo se percatase. La comodidad de la vida moderna, la rutina, y el fuerte estrés al que se enfrentaba a diario, parecían haber apagado la llama de su pasión y de su vitalidad. Rendía correctamente en su trabajo de contable, se sentía cómodo viviendo en Nueva York, y a menudo mostraba cariño y afecto por su hija de cuatro años Naomi, y por su atractiva e inteligente mujer Elisabeth, pero todo esto parecía hacerlo con la fría efectividad de un robot, en el fondo todo eran obligaciones que el cumplía disciplinadamente, sin amor, sin pasión, sin alma. Su capacidad de sentir dormía profundamente en el limbo emocional de una sociedad hipnotizada por luces de neón, mientras el, creía haber alcanzado por fin la tan ansiada felicidad, la felicidad solo podía ser esto, tenía que serlo.
-Ssss, relájese Señor Andrew, duerma, todo esta bien, hace ya tiempo que lo consiguió, ahora solo tenemos que mantener esto que hemos conseguido.
La extraña forma le sonrío entre las llamas, todo pareció volverse de un color blanco mate. Andrew se despertó entre sudores y con la respiración acelerada, sintió en un solo segundo el placer y el dolor que conlleva toda emoción fuerte, había vuelto a sentir algo, se dio cuenta de repente del largo tiempo que llevaba sin experimentar ninguna emoción, ese diminuto huracán de origen desconocido que chisporrotea repentinamente en nuestras tripas y que recibe el nombre de sentimiento, le pareció algo casi sagrado. Acto seguido, sintió un punzante y frío pinchazo en la sien, un flash de dolor eléctrico que pareció agujerear su cerebro durante una milésima de segundo. Se encogió con las manos en la nuca. –Esto es la infelicidad que quiere volver. Penso confundido.
Al salir de la oficina se noto cansado como nunca, todo parecía distinto hoy, miraba a todas partes atemorizado y aturdido, su semblante era como el de un viejo preso que es liberado y llevado de vuelta a un mundo que le resulta completamente ajeno. Un hombre vestido de negro empezó a seguirle, un sudor frío le recorrió la frente, acelero el paso, ya era tarde y Nueva York desprendía un vaho preñado de soledad e incertidumbre, las calles le observaban jactanciosas y burlonas, finalmente consiguió despistarlo, algo estaba pasando, cuando se disponía a abrir la puerta de su casa, cayo desmayado en mitad de la calle.
Antonin observaba a la gente feliz y sonriente desde la desvencijada ventana de su pensión, no sentía ninguna envidia por ellos, tan solo algo de curiosidad, parecían felices, pero ¿cuánto duraría eso? Hoy festejaban la entrada del nuevo año, ¡Feliz año 1874! Se gritaban unos a otros con sus copas repletas de vino, pero ¿y mañana? Al día siguiente todos volverían a sus vacía existencias, todos serian absorbidos nuevamente por el abismo inhumano de la rutina, la felicidad solo era un siniestro juego de espejos de la razón, pero esta masa ignorante nunca lo comprendería, la gente nunca comprende nada de lo que le ocurre, la ignorancia era una plaga que se estaba apoderando de París sigilosamente.
Antonin era un poeta sin nombre que malvivía de pensión en pensión, a la espera de un reconocimiento que nunca llegaba, sus poemas eran imaginativos, apasionados y sinceros, pero por un motivo u otro no habían conectado con la gente. Los años pasaban y la frustración crecía a cada segundo en su romántica alma de poeta, la culpa era de la gente, bastardos ignorantes incapaces de sentir nada, ensalzaban a los charlatanes y relegaban al olvido a los sabios, siempre había sido así, la masa era estúpida y quería mucho mas. Nadie iba a molestarse en comprender a un poeta medio vagabundo y bohemio que frecuentaba burdeles y tabernas, y clamaba al cielo la libertad innata de todo individuo. –Un cuerdo en un mundo de locos. Pensaba melancólicamente.
Horas después, cuando el alba comenzaba a reverberar su luz tenue en el horizonte y la gente abandonaba las calles, Antonin salió a pasear con el rostro compungido en busca de algo de paz para su espíritu entristecido. Un hombre alto y con sombrero de copa empezó a seguirle, acelero el paso, era demasiado orgulloso para reconocérselo a sí mismo, pero tenia miedo. La luz verdosa del amanecer daba a París un aspecto onírico y lúgubre, cada vez estaba mas cerca, observo a lo lejos una iglesia y echo a correr, la puerta estaba cerrada.
-Buenos días señor Antonin.
-¿Quién es usted? Respondió jadeando.
-Puede llamarme Señor Turner “el azote de los morosos”.
Andrew se despertó bruscamente en mitad de la noche. -¿Quién coño es el Señor Turner? Se dijo en voz baja. Elisabeth dormía candorosamente a su lado, en la habitación se respiraba la tranquilidad del hogar, finalmente consiguió conciliar el sueño entre la confusión y el miedo. –Todo esta en su sitio Señor Andrew, duerma y no desperdicie esto que se le ha dado.
Al llegar el nuevo día a Andrew todo le pareció maravillosamente armonioso, la mañana desprendía paz y normalidad, el aun se encontraba algo aturdido, pero el ambiente había vuelto a recuperar el tono aséptico de la rutina. Esto se vino abajo nuevamente nada mas abrir la puerta de su casa. A sus pies había un pequeño sobre certificado, “Parlamento del orden invisible” ponía en su reverso con letra solemne, lo abrió bruscamente, “Señor Andrew Spellson, debido a su incumplimiento de la ley numero 754.812 de nuestra constitución global, se han iniciado ya los tramites para el proceso de análisis e inspección de su persona. Rogamos asista cuanto antes a la dirección que aquí se le adjunta. Atentamente, el Señor Turner”. Un enorme vacío surgió de repente en el interior de Andrew, el cuerpo se le paralizó por completo, un abismo feroz comenzó a engullir sus entrañas, se arrodillo y vomito en un aullido sordo.
Minutos después ya estaba ante el edificio donde había sido citado, tan solo se encontraba a dos manzanas de su casa, pero no recordaba haberlo visto nunca, su aspecto era frío e impersonal, y su diseño excesivamente minimalista, casi robótico, “Por el mantenimiento del orden invisible, pague aquí sus deudas”, rezaba escuetamente el cartel de la entrada. Cerro los puños tratando de encontrar un valor que no tenía, y entro sudoroso. En la recepción había un hombre alto con túnica negra, tendría unos 60 años y un rostro arrugado con mirada inquisidora, Andrew le entrego la citación, la miro con apatía.
-Jum, planta 4, pasillo numero 6, vaya, le esta esperando.
-De…deacuerdo.
Subió en un ascensor metálico de aspecto opresivo, al llegar a la planta 4 un nauseabundo vaho a hierro oxidado ocupo todo el espacio, sintió un ligero mareo, torpemente comenzó a caminar hacía el pasillo numero 6, era estrecho y no se veía el final, se asemejaba mas a un viejo túnel o a una alcantarilla que aun edificio del estado global. Cientos de carpetas, manuscritos y facturas yacían apilados en el suelo y estrechaban aun más el siniestro pasillo. De repente un hombre paso por su lado, era el mismo anciano con túnica negra que le atendió en recepción, le esbozo una sonrisa sardónica, un nuevo pinchazo le atravesó la sien, sintió como si millones de cristales rotos perforasen su cerebro, se llevo una mano a la cabeza y continuo tambaleándose, el olor a hierro oxidado aumentaba lentamente. -¿Por qué he venido aquí? Alguien esta jugando conmigo. Seguidamente se topo una vez mas con el anciano de la recepción, le miro con odio, Andrew aparto la vista, tras él venían dos ancianos mas, eran idénticos, lanzaron una carcajada al unísono.
-Dese prisa, el Señor Turner le espera al final del pasillo.
Las paredes y el suelo se estrechaban poco a poco, imágenes fugaces empezaron a ocupar su percepción, vio a todos sus compañeros de trabajo convirtiéndose en masas de carne putrefacta, el hedor a bazofia en descomposición le provoco arcadas. Un ente maloliente completamente deformado le hablo con la voz de su jefe de sección. –Señor Andrew, la empresa esta cada día mas contenta con su esforzada e impecable labor, ja, ja, ja, siga así y pronto tendrá su merecido ascenso. Después vio a su esposa Elisabeth derretirse ante sus ojos, de su cabeza salían cables quebrados y envejecidos, ella sonreía, cayo a sus pies en una mueca grotesca. Su hija Naomi apareció frente a el, estaba desnuda, y unas diminutas alas blancas surgían de su espalda, sollozaba en voz baja, de la nada aparecieron dos sombras sin forma y con brillantes ojos rojos, la devoraron cruelmente mientras la niña gritaba presa del pánico y del dolor. Por ultimo todo sé volvió negro y hueco, en la lejanía pudo ver un ojo con dos pupilas, le pareció lo más hermoso que había visto nunca, se llevo las manos a la cabeza. Se encontraba arrodillado frente a una diminuta puerta, el pasillo se había estrechado tanto que tenía que andar a gatas. –Debe de ser aquí. Abrió la puerta que más bien parecía una ventana y se arrastró por el pequeño túnel que había tras ella, ya se veía la luz al final cuando algo le empujo hacía adentro.
Se levanto de una vieja colchoneta que había en el suelo, alzo la vista y observo la ventana-tunel por la que había caído, la habitación era grande y espaciosa, parecía estar hecha de algún tipo de metal blanquecino.
-Buenos días Señor Andrew.
-E…¿Es usted el Señor Turner?
-Exacto, también me conocen como “El azote de los morosos”.
El señor Turner era un hombre extremadamente flaco de unos 40 años, media mas de dos metros e iba pulcramente trajeado, bajo su nariz crecía un ridículo bigote que no conseguía humanizar un rostro esculpido en acero, su semblante parecía calculador y sarcástico a partes iguales.
-Pero yo no soy ningún moroso.
-Se equivoca Señor Andrew, usted tiene una deuda con nosotros, hemos trabajado muchisimo para que sea lo que es ahora, no puede dejarnos sin más.
Las palabras solemnes e inhumanas del Señor Turner se iban clavando una a una en el pecho de Andrew, estaba empezando nuevamente a sentir el vacío en el estomago.
-¿De que me esta hablando? Yo no les debo nada.
-Je, pobre infeliz, todo lo que le rodea nos lo debe a nosotros, su estabilidad, su normalidad, su trabajo, le hemos regalado su vida.
-Todo lo que tengo lo he conseguido con mi esfuerzo, no les debo nada, ¿Cuál ha sido mi crimen?
Ahora su cabeza estaba empezando a latir como una olla a presión.
-Su crimen es inconsciente estimado amigo, es por culpa de ese maldito instinto humano que todos poseéis. Su historial no era nada bueno, pero aun así se adapto muy bien, acepto nuestro regalo sin reticencias. Pero hace unos días salto la alarma, su interior comenzó a funcionar deficientemente…
-¿De…de que esta hablando?
Estaba empezando a sentir vértigo.
-De repente quiere rechazar nuestro regalo, y eso es de muy mala educación Señor Andrew. El orden invisible no puede permitirse conductas como la suya.Los ojos de Andrew se quedaron en blanco, su cuerpo se desplomo.
-Ssss, relájese Señor Andrew, duerma, todo esta bien, hace ya tiempo que lo consiguió, ahora solo tenemos que mantener esto que hemos conseguido.
La extraña forma le sonrío entre las llamas, todo pareció volverse de un color blanco mate. Andrew se despertó entre sudores y con la respiración acelerada, sintió en un solo segundo el placer y el dolor que conlleva toda emoción fuerte, había vuelto a sentir algo, se dio cuenta de repente del largo tiempo que llevaba sin experimentar ninguna emoción, ese diminuto huracán de origen desconocido que chisporrotea repentinamente en nuestras tripas y que recibe el nombre de sentimiento, le pareció algo casi sagrado. Acto seguido, sintió un punzante y frío pinchazo en la sien, un flash de dolor eléctrico que pareció agujerear su cerebro durante una milésima de segundo. Se encogió con las manos en la nuca. –Esto es la infelicidad que quiere volver. Penso confundido.
Al salir de la oficina se noto cansado como nunca, todo parecía distinto hoy, miraba a todas partes atemorizado y aturdido, su semblante era como el de un viejo preso que es liberado y llevado de vuelta a un mundo que le resulta completamente ajeno. Un hombre vestido de negro empezó a seguirle, un sudor frío le recorrió la frente, acelero el paso, ya era tarde y Nueva York desprendía un vaho preñado de soledad e incertidumbre, las calles le observaban jactanciosas y burlonas, finalmente consiguió despistarlo, algo estaba pasando, cuando se disponía a abrir la puerta de su casa, cayo desmayado en mitad de la calle.
Antonin observaba a la gente feliz y sonriente desde la desvencijada ventana de su pensión, no sentía ninguna envidia por ellos, tan solo algo de curiosidad, parecían felices, pero ¿cuánto duraría eso? Hoy festejaban la entrada del nuevo año, ¡Feliz año 1874! Se gritaban unos a otros con sus copas repletas de vino, pero ¿y mañana? Al día siguiente todos volverían a sus vacía existencias, todos serian absorbidos nuevamente por el abismo inhumano de la rutina, la felicidad solo era un siniestro juego de espejos de la razón, pero esta masa ignorante nunca lo comprendería, la gente nunca comprende nada de lo que le ocurre, la ignorancia era una plaga que se estaba apoderando de París sigilosamente.
Antonin era un poeta sin nombre que malvivía de pensión en pensión, a la espera de un reconocimiento que nunca llegaba, sus poemas eran imaginativos, apasionados y sinceros, pero por un motivo u otro no habían conectado con la gente. Los años pasaban y la frustración crecía a cada segundo en su romántica alma de poeta, la culpa era de la gente, bastardos ignorantes incapaces de sentir nada, ensalzaban a los charlatanes y relegaban al olvido a los sabios, siempre había sido así, la masa era estúpida y quería mucho mas. Nadie iba a molestarse en comprender a un poeta medio vagabundo y bohemio que frecuentaba burdeles y tabernas, y clamaba al cielo la libertad innata de todo individuo. –Un cuerdo en un mundo de locos. Pensaba melancólicamente.
Horas después, cuando el alba comenzaba a reverberar su luz tenue en el horizonte y la gente abandonaba las calles, Antonin salió a pasear con el rostro compungido en busca de algo de paz para su espíritu entristecido. Un hombre alto y con sombrero de copa empezó a seguirle, acelero el paso, era demasiado orgulloso para reconocérselo a sí mismo, pero tenia miedo. La luz verdosa del amanecer daba a París un aspecto onírico y lúgubre, cada vez estaba mas cerca, observo a lo lejos una iglesia y echo a correr, la puerta estaba cerrada.
-Buenos días señor Antonin.
-¿Quién es usted? Respondió jadeando.
-Puede llamarme Señor Turner “el azote de los morosos”.
Andrew se despertó bruscamente en mitad de la noche. -¿Quién coño es el Señor Turner? Se dijo en voz baja. Elisabeth dormía candorosamente a su lado, en la habitación se respiraba la tranquilidad del hogar, finalmente consiguió conciliar el sueño entre la confusión y el miedo. –Todo esta en su sitio Señor Andrew, duerma y no desperdicie esto que se le ha dado.
Al llegar el nuevo día a Andrew todo le pareció maravillosamente armonioso, la mañana desprendía paz y normalidad, el aun se encontraba algo aturdido, pero el ambiente había vuelto a recuperar el tono aséptico de la rutina. Esto se vino abajo nuevamente nada mas abrir la puerta de su casa. A sus pies había un pequeño sobre certificado, “Parlamento del orden invisible” ponía en su reverso con letra solemne, lo abrió bruscamente, “Señor Andrew Spellson, debido a su incumplimiento de la ley numero 754.812 de nuestra constitución global, se han iniciado ya los tramites para el proceso de análisis e inspección de su persona. Rogamos asista cuanto antes a la dirección que aquí se le adjunta. Atentamente, el Señor Turner”. Un enorme vacío surgió de repente en el interior de Andrew, el cuerpo se le paralizó por completo, un abismo feroz comenzó a engullir sus entrañas, se arrodillo y vomito en un aullido sordo.
Minutos después ya estaba ante el edificio donde había sido citado, tan solo se encontraba a dos manzanas de su casa, pero no recordaba haberlo visto nunca, su aspecto era frío e impersonal, y su diseño excesivamente minimalista, casi robótico, “Por el mantenimiento del orden invisible, pague aquí sus deudas”, rezaba escuetamente el cartel de la entrada. Cerro los puños tratando de encontrar un valor que no tenía, y entro sudoroso. En la recepción había un hombre alto con túnica negra, tendría unos 60 años y un rostro arrugado con mirada inquisidora, Andrew le entrego la citación, la miro con apatía.
-Jum, planta 4, pasillo numero 6, vaya, le esta esperando.
-De…deacuerdo.
Subió en un ascensor metálico de aspecto opresivo, al llegar a la planta 4 un nauseabundo vaho a hierro oxidado ocupo todo el espacio, sintió un ligero mareo, torpemente comenzó a caminar hacía el pasillo numero 6, era estrecho y no se veía el final, se asemejaba mas a un viejo túnel o a una alcantarilla que aun edificio del estado global. Cientos de carpetas, manuscritos y facturas yacían apilados en el suelo y estrechaban aun más el siniestro pasillo. De repente un hombre paso por su lado, era el mismo anciano con túnica negra que le atendió en recepción, le esbozo una sonrisa sardónica, un nuevo pinchazo le atravesó la sien, sintió como si millones de cristales rotos perforasen su cerebro, se llevo una mano a la cabeza y continuo tambaleándose, el olor a hierro oxidado aumentaba lentamente. -¿Por qué he venido aquí? Alguien esta jugando conmigo. Seguidamente se topo una vez mas con el anciano de la recepción, le miro con odio, Andrew aparto la vista, tras él venían dos ancianos mas, eran idénticos, lanzaron una carcajada al unísono.
-Dese prisa, el Señor Turner le espera al final del pasillo.
Las paredes y el suelo se estrechaban poco a poco, imágenes fugaces empezaron a ocupar su percepción, vio a todos sus compañeros de trabajo convirtiéndose en masas de carne putrefacta, el hedor a bazofia en descomposición le provoco arcadas. Un ente maloliente completamente deformado le hablo con la voz de su jefe de sección. –Señor Andrew, la empresa esta cada día mas contenta con su esforzada e impecable labor, ja, ja, ja, siga así y pronto tendrá su merecido ascenso. Después vio a su esposa Elisabeth derretirse ante sus ojos, de su cabeza salían cables quebrados y envejecidos, ella sonreía, cayo a sus pies en una mueca grotesca. Su hija Naomi apareció frente a el, estaba desnuda, y unas diminutas alas blancas surgían de su espalda, sollozaba en voz baja, de la nada aparecieron dos sombras sin forma y con brillantes ojos rojos, la devoraron cruelmente mientras la niña gritaba presa del pánico y del dolor. Por ultimo todo sé volvió negro y hueco, en la lejanía pudo ver un ojo con dos pupilas, le pareció lo más hermoso que había visto nunca, se llevo las manos a la cabeza. Se encontraba arrodillado frente a una diminuta puerta, el pasillo se había estrechado tanto que tenía que andar a gatas. –Debe de ser aquí. Abrió la puerta que más bien parecía una ventana y se arrastró por el pequeño túnel que había tras ella, ya se veía la luz al final cuando algo le empujo hacía adentro.
Se levanto de una vieja colchoneta que había en el suelo, alzo la vista y observo la ventana-tunel por la que había caído, la habitación era grande y espaciosa, parecía estar hecha de algún tipo de metal blanquecino.
-Buenos días Señor Andrew.
-E…¿Es usted el Señor Turner?
-Exacto, también me conocen como “El azote de los morosos”.
El señor Turner era un hombre extremadamente flaco de unos 40 años, media mas de dos metros e iba pulcramente trajeado, bajo su nariz crecía un ridículo bigote que no conseguía humanizar un rostro esculpido en acero, su semblante parecía calculador y sarcástico a partes iguales.
-Pero yo no soy ningún moroso.
-Se equivoca Señor Andrew, usted tiene una deuda con nosotros, hemos trabajado muchisimo para que sea lo que es ahora, no puede dejarnos sin más.
Las palabras solemnes e inhumanas del Señor Turner se iban clavando una a una en el pecho de Andrew, estaba empezando nuevamente a sentir el vacío en el estomago.
-¿De que me esta hablando? Yo no les debo nada.
-Je, pobre infeliz, todo lo que le rodea nos lo debe a nosotros, su estabilidad, su normalidad, su trabajo, le hemos regalado su vida.
-Todo lo que tengo lo he conseguido con mi esfuerzo, no les debo nada, ¿Cuál ha sido mi crimen?
Ahora su cabeza estaba empezando a latir como una olla a presión.
-Su crimen es inconsciente estimado amigo, es por culpa de ese maldito instinto humano que todos poseéis. Su historial no era nada bueno, pero aun así se adapto muy bien, acepto nuestro regalo sin reticencias. Pero hace unos días salto la alarma, su interior comenzó a funcionar deficientemente…
-¿De…de que esta hablando?
Estaba empezando a sentir vértigo.
-De repente quiere rechazar nuestro regalo, y eso es de muy mala educación Señor Andrew. El orden invisible no puede permitirse conductas como la suya.Los ojos de Andrew se quedaron en blanco, su cuerpo se desplomo.
sábado, 4 de abril de 2009
Artes Oscuras
ARTES OSCURAS
Querida Marie Ann:
Perdona mi falta de responsabilidad. Si te ha llegado esta
carta es porque irremediablemente faltaré a nuestra cita del próximo viernes. Lamento que tengas que pasar por esto, pero debía hacerlo. Si te he de ser franco, no pensé en ningún momento que la muerte me cogería en estos arduos momentos, y menos quedando tan poco para finalizar mis experimentos. Pero ya ves, fui un necio al pensar que podría manipular la alquimia a mi voluntad. Espero que algún día puedas perdonarme.
Atentamente y siempre tuyo:
Lucas.
La joven dama no pudo remediar el derramar unas cuantas lágrimas por el que había sido su amante. Pero, como ella bien sabía, aquello no tenía por qué ser el final. Su amado no era el único que había estado investigando las artes oscuras. Ella sabía de buena mano que Lucas tenía un ayudante que, al parecer, estaba muy bien dotado para la alquimia. Apenas era un crío inmaduro, pero más de una dama había caído a sus pies, y no precisamente por sus encantos, sino más bien por sus encantamientos. Si era capaz de eso, quizás pudiera explicarle lo que le pasó a su amado y, quién sabe, incluso podría existir alguna forma de hacer que Lucas regresase.
Así pues, acompañada de Marco, un fornido guardia que forjaba su vida ocupándose de la defensa y el bienestar de la familia de Marie, hizo llamar al ayudante de Lucas, quien se hacía llamar Pablo.
El joven aprendiz tardó en llegar pero, al fin, tras dos horas de retraso, se dignó a aparecer ante la dama. El joven había cambiado, no hacía mucho presumía de ser alguien con unos cuantos kilos de más, y ahora parecía tener un cuerpo digno de los cánones de belleza griegos. Era de ignorantes pensar que había logrado aquello sólo con ejercicio, sabiendo que era conocedor de las artes oscuras. Pero Marie no quiso hacer caso y se dispuso desde el primer momento a interrogar a su invitado.
- Te he hecho llamar porque te quería preguntar…
- Por Lucas. – dijo el joven sin dejar que la dama acabara de hablar.
- S…sí, así es. Me gustaría saber el por qué de su…desaparición.
- Marie, es mejor que no sepas los porqués, simplemente ya no está con nosotros.
- ¡Pe…pero tú sabes qué le pasó, entonces! ¿No es así?
- Sí, le vi dar sus últimos suspiros, y fue a mí a quien dedicó sus últimas palabras.
- ¿Qué le pasó? Te lo suplico, sólo quiero saber dónde fue, cómo ocurrió, y si es posible recoger su cuerpo y darle los honores funerarios necesarios.
- No creo que eso le importase a él mucho pero, ya puestos a que planeo irme de este pueblo dentro de dos días, no me cuesta nada hacer lo que me pides… Que así sea. ¿Sabes dónde están las ruinas de la iglesia abandonada?
- ¿La que le dedicaron a San Juan?
- Esa misma. Te espero allí a medianoche. ¡Ah! Y será mejor que lleves contigo a esa mole de músculos. Nos será útil. – Después de citar a Marie, sin mediar palabra, dio media vuelta y se largó por donde vino.
La joven no pudo dormir en toda la noche. Tampoco comió, pues su cabeza estaba centrada en lo que pasaría al día siguiente.
Tal y como le había advertido Pablo, llevó consigo a Marco y, puesto que quería acabar cuanto antes, hizo llamar también a otro de sus guardaespaldas familiares, Lucio. Cuando llegaron al sitio indicado, por la posición de la luna Marco advirtió que era más de media noche; pero eso no era lo que más preocupó a la joven, ya que en aquellas ruinas no estaban solos. Personas de los dos sexos, adultos y jóvenes, se paseaban por el lugar con ropas desgarradas y vista perdida en el horizonte. Sentado junto a una tumba estaba Pablo, también con la vista perdida.
La joven, indignada por la falta de intimidad y los escalofríos que despertaban en ella todos aquellos desconocidos se dirigió al joven aprendiz y en voz baja le preguntó:
- ¿A qué viene todo esto? ¿Quién es toda esta gente? Creía que íbamos a estar nosotros solos.
El joven miró a la muchacha y le respondió:
- Son mis compañeros. Yo ahora vivo con ellos y ellos conmigo. Todos juntos, aquí.
- ¿Dices que vives aquí? Pero si ni siquiera tiene las cuatro paredes enteras. ¿Cómo puede tratarse esto de un hogar para tantas personas?
- ¿Personas? Nos alabas mucho a mí y a mis compañeros al llamarnos personas…
- ¿A qué te refieres con eso?
- Ya no somos personas. Algunos dicen que carecemos de alma, otros que carecemos de cuerpo, pero la verdad es que
carecemos de ambas cosas. Sólo somos un residuo de lo que fuimos una vez, sólo somos los recuerdos de las personas que una vez fuimos.
- ¿Cómo puede ser? Ayer parecías ser…normal.
- No recuerdo haber sido visitado ayer; pero claro, sólo soy capaz de retener los recuerdos que tenía cuando estaba con vida.
- ¡No! ¡Tú me visitaste a mí, fuiste a mi casa!
- Me temo que eso es imposible; desde que Lucas me sacrificó en este altar, he sido maldito a no poder abandonarlo.
- ¿Cómo dices? ¿Lucas te sacrificó?
- Me sacrificó. Necesitaba mi cuerpo para poder conseguir sus propósitos. Ahora él posee mi cuerpo, un joven cuerpo que nunca envejecerá gracias a un hechizo que yo mismo hice antes de ser traicionado.
- ¡No puedo creerte! ¿Dónde está su verdadero cuerpo si lo que dices es cierto, sucio mentiroso?
- Aquí, bajo esta lápida – dijo señalando el lugar donde estaba sentado.
- ¡Mientes!
- No puedo mentir, carezco de intereses para hacerlo. Su antiguo cuerpo se pudre bajo esta lápida.
- ¡Déjame ver si es cierto lo que dices! ¡Marco! ¡Lucio! ¡Abrid la tumba!
Dicho y hecho: los dos hombres, sin mucha dificultad, destaparon el polvoriento sarcófago para confirmar que lo que decía Pablo era verdad. Allí estaba el cuerpo de Lucas, sin heridas, impune, pero sin vida. Marie se arrodilló junto al cadáver y, comprendiendo que había sido engañada por quien más quería, renegó a darle los honores funerarios; pues al fin y al cabo aún seguía vivo y dudaba que siguiera en el pueblo. Dio la orden de que cerraran de nuevo la tumba, pero asustada se dio cuenta de que algo iba mal. Todos aquellos “seres” que vagaban por allí se concentraron y ahora rodeaban a los recién llegados.
- ¿Qué pasa aquí? ¡Pablo, ayúdanos! ¡¿Qué es lo que quieren?! – preguntó Marie.
- Me temo que yo aquí no tengo nada que hacer. Somos prisioneros de muchos encantamientos, y uno de ellos es el de llevar con nosotros a quien descubra la verdad sobre el crimen que cometió tu amante. Tranquilos, sólo os dolerá hasta que hayáis muerto.
Texto: Manel J Sánchez.
Ilustraciones: vicentedamián.
Querida Marie Ann:
Perdona mi falta de responsabilidad. Si te ha llegado esta
carta es porque irremediablemente faltaré a nuestra cita del próximo viernes. Lamento que tengas que pasar por esto, pero debía hacerlo. Si te he de ser franco, no pensé en ningún momento que la muerte me cogería en estos arduos momentos, y menos quedando tan poco para finalizar mis experimentos. Pero ya ves, fui un necio al pensar que podría manipular la alquimia a mi voluntad. Espero que algún día puedas perdonarme.
Atentamente y siempre tuyo:
Lucas.
La joven dama no pudo remediar el derramar unas cuantas lágrimas por el que había sido su amante. Pero, como ella bien sabía, aquello no tenía por qué ser el final. Su amado no era el único que había estado investigando las artes oscuras. Ella sabía de buena mano que Lucas tenía un ayudante que, al parecer, estaba muy bien dotado para la alquimia. Apenas era un crío inmaduro, pero más de una dama había caído a sus pies, y no precisamente por sus encantos, sino más bien por sus encantamientos. Si era capaz de eso, quizás pudiera explicarle lo que le pasó a su amado y, quién sabe, incluso podría existir alguna forma de hacer que Lucas regresase.
Así pues, acompañada de Marco, un fornido guardia que forjaba su vida ocupándose de la defensa y el bienestar de la familia de Marie, hizo llamar al ayudante de Lucas, quien se hacía llamar Pablo.
El joven aprendiz tardó en llegar pero, al fin, tras dos horas de retraso, se dignó a aparecer ante la dama. El joven había cambiado, no hacía mucho presumía de ser alguien con unos cuantos kilos de más, y ahora parecía tener un cuerpo digno de los cánones de belleza griegos. Era de ignorantes pensar que había logrado aquello sólo con ejercicio, sabiendo que era conocedor de las artes oscuras. Pero Marie no quiso hacer caso y se dispuso desde el primer momento a interrogar a su invitado.
- Te he hecho llamar porque te quería preguntar…
- Por Lucas. – dijo el joven sin dejar que la dama acabara de hablar.
- S…sí, así es. Me gustaría saber el por qué de su…desaparición.
- Marie, es mejor que no sepas los porqués, simplemente ya no está con nosotros.
- ¡Pe…pero tú sabes qué le pasó, entonces! ¿No es así?
- Sí, le vi dar sus últimos suspiros, y fue a mí a quien dedicó sus últimas palabras.
- ¿Qué le pasó? Te lo suplico, sólo quiero saber dónde fue, cómo ocurrió, y si es posible recoger su cuerpo y darle los honores funerarios necesarios.
- No creo que eso le importase a él mucho pero, ya puestos a que planeo irme de este pueblo dentro de dos días, no me cuesta nada hacer lo que me pides… Que así sea. ¿Sabes dónde están las ruinas de la iglesia abandonada?
- ¿La que le dedicaron a San Juan?
- Esa misma. Te espero allí a medianoche. ¡Ah! Y será mejor que lleves contigo a esa mole de músculos. Nos será útil. – Después de citar a Marie, sin mediar palabra, dio media vuelta y se largó por donde vino.
La joven no pudo dormir en toda la noche. Tampoco comió, pues su cabeza estaba centrada en lo que pasaría al día siguiente.
Tal y como le había advertido Pablo, llevó consigo a Marco y, puesto que quería acabar cuanto antes, hizo llamar también a otro de sus guardaespaldas familiares, Lucio. Cuando llegaron al sitio indicado, por la posición de la luna Marco advirtió que era más de media noche; pero eso no era lo que más preocupó a la joven, ya que en aquellas ruinas no estaban solos. Personas de los dos sexos, adultos y jóvenes, se paseaban por el lugar con ropas desgarradas y vista perdida en el horizonte. Sentado junto a una tumba estaba Pablo, también con la vista perdida.
La joven, indignada por la falta de intimidad y los escalofríos que despertaban en ella todos aquellos desconocidos se dirigió al joven aprendiz y en voz baja le preguntó:
- ¿A qué viene todo esto? ¿Quién es toda esta gente? Creía que íbamos a estar nosotros solos.
El joven miró a la muchacha y le respondió:
- Son mis compañeros. Yo ahora vivo con ellos y ellos conmigo. Todos juntos, aquí.
- ¿Dices que vives aquí? Pero si ni siquiera tiene las cuatro paredes enteras. ¿Cómo puede tratarse esto de un hogar para tantas personas?
- ¿Personas? Nos alabas mucho a mí y a mis compañeros al llamarnos personas…
- ¿A qué te refieres con eso?
- Ya no somos personas. Algunos dicen que carecemos de alma, otros que carecemos de cuerpo, pero la verdad es que
carecemos de ambas cosas. Sólo somos un residuo de lo que fuimos una vez, sólo somos los recuerdos de las personas que una vez fuimos.
- ¿Cómo puede ser? Ayer parecías ser…normal.
- No recuerdo haber sido visitado ayer; pero claro, sólo soy capaz de retener los recuerdos que tenía cuando estaba con vida.
- ¡No! ¡Tú me visitaste a mí, fuiste a mi casa!
- Me temo que eso es imposible; desde que Lucas me sacrificó en este altar, he sido maldito a no poder abandonarlo.
- ¿Cómo dices? ¿Lucas te sacrificó?
- Me sacrificó. Necesitaba mi cuerpo para poder conseguir sus propósitos. Ahora él posee mi cuerpo, un joven cuerpo que nunca envejecerá gracias a un hechizo que yo mismo hice antes de ser traicionado.
- ¡No puedo creerte! ¿Dónde está su verdadero cuerpo si lo que dices es cierto, sucio mentiroso?
- Aquí, bajo esta lápida – dijo señalando el lugar donde estaba sentado.
- ¡Mientes!
- No puedo mentir, carezco de intereses para hacerlo. Su antiguo cuerpo se pudre bajo esta lápida.
- ¡Déjame ver si es cierto lo que dices! ¡Marco! ¡Lucio! ¡Abrid la tumba!
Dicho y hecho: los dos hombres, sin mucha dificultad, destaparon el polvoriento sarcófago para confirmar que lo que decía Pablo era verdad. Allí estaba el cuerpo de Lucas, sin heridas, impune, pero sin vida. Marie se arrodilló junto al cadáver y, comprendiendo que había sido engañada por quien más quería, renegó a darle los honores funerarios; pues al fin y al cabo aún seguía vivo y dudaba que siguiera en el pueblo. Dio la orden de que cerraran de nuevo la tumba, pero asustada se dio cuenta de que algo iba mal. Todos aquellos “seres” que vagaban por allí se concentraron y ahora rodeaban a los recién llegados.
- ¿Qué pasa aquí? ¡Pablo, ayúdanos! ¡¿Qué es lo que quieren?! – preguntó Marie.
- Me temo que yo aquí no tengo nada que hacer. Somos prisioneros de muchos encantamientos, y uno de ellos es el de llevar con nosotros a quien descubra la verdad sobre el crimen que cometió tu amante. Tranquilos, sólo os dolerá hasta que hayáis muerto.
Texto: Manel J Sánchez.
Ilustraciones: vicentedamián.
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