martes, 14 de abril de 2009

Manakel: Planeta de energía. (Parte 1 de 3)

Como engullida por un diminuto agujero negro, la vida de Andrew había ido lenta y silenciosamente difuminándose con los años sin que ni tan siquiera el mismo se percatase. La comodidad de la vida moderna, la rutina, y el fuerte estrés al que se enfrentaba a diario, parecían haber apagado la llama de su pasión y de su vitalidad. Rendía correctamente en su trabajo de contable, se sentía cómodo viviendo en Nueva York, y a menudo mostraba cariño y afecto por su hija de cuatro años Naomi, y por su atractiva e inteligente mujer Elisabeth, pero todo esto parecía hacerlo con la fría efectividad de un robot, en el fondo todo eran obligaciones que el cumplía disciplinadamente, sin amor, sin pasión, sin alma. Su capacidad de sentir dormía profundamente en el limbo emocional de una sociedad hipnotizada por luces de neón, mientras el, creía haber alcanzado por fin la tan ansiada felicidad, la felicidad solo podía ser esto, tenía que serlo.
-Ssss, relájese Señor Andrew, duerma, todo esta bien, hace ya tiempo que lo consiguió, ahora solo tenemos que mantener esto que hemos conseguido.
La extraña forma le sonrío entre las llamas, todo pareció volverse de un color blanco mate. Andrew se despertó entre sudores y con la respiración acelerada, sintió en un solo segundo el placer y el dolor que conlleva toda emoción fuerte, había vuelto a sentir algo, se dio cuenta de repente del largo tiempo que llevaba sin experimentar ninguna emoción, ese diminuto huracán de origen desconocido que chisporrotea repentinamente en nuestras tripas y que recibe el nombre de sentimiento, le pareció algo casi sagrado. Acto seguido, sintió un punzante y frío pinchazo en la sien, un flash de dolor eléctrico que pareció agujerear su cerebro durante una milésima de segundo. Se encogió con las manos en la nuca. –Esto es la infelicidad que quiere volver. Penso confundido.
Al salir de la oficina se noto cansado como nunca, todo parecía distinto hoy, miraba a todas partes atemorizado y aturdido, su semblante era como el de un viejo preso que es liberado y llevado de vuelta a un mundo que le resulta completamente ajeno. Un hombre vestido de negro empezó a seguirle, un sudor frío le recorrió la frente, acelero el paso, ya era tarde y Nueva York desprendía un vaho preñado de soledad e incertidumbre, las calles le observaban jactanciosas y burlonas, finalmente consiguió despistarlo, algo estaba pasando, cuando se disponía a abrir la puerta de su casa, cayo desmayado en mitad de la calle.

Antonin observaba a la gente feliz y sonriente desde la desvencijada ventana de su pensión, no sentía ninguna envidia por ellos, tan solo algo de curiosidad, parecían felices, pero ¿cuánto duraría eso? Hoy festejaban la entrada del nuevo año, ¡Feliz año 1874! Se gritaban unos a otros con sus copas repletas de vino, pero ¿y mañana? Al día siguiente todos volverían a sus vacía existencias, todos serian absorbidos nuevamente por el abismo inhumano de la rutina, la felicidad solo era un siniestro juego de espejos de la razón, pero esta masa ignorante nunca lo comprendería, la gente nunca comprende nada de lo que le ocurre, la ignorancia era una plaga que se estaba apoderando de París sigilosamente.
Antonin era un poeta sin nombre que malvivía de pensión en pensión, a la espera de un reconocimiento que nunca llegaba, sus poemas eran imaginativos, apasionados y sinceros, pero por un motivo u otro no habían conectado con la gente. Los años pasaban y la frustración crecía a cada segundo en su romántica alma de poeta, la culpa era de la gente, bastardos ignorantes incapaces de sentir nada, ensalzaban a los charlatanes y relegaban al olvido a los sabios, siempre había sido así, la masa era estúpida y quería mucho mas. Nadie iba a molestarse en comprender a un poeta medio vagabundo y bohemio que frecuentaba burdeles y tabernas, y clamaba al cielo la libertad innata de todo individuo. –Un cuerdo en un mundo de locos. Pensaba melancólicamente.
Horas después, cuando el alba comenzaba a reverberar su luz tenue en el horizonte y la gente abandonaba las calles, Antonin salió a pasear con el rostro compungido en busca de algo de paz para su espíritu entristecido. Un hombre alto y con sombrero de copa empezó a seguirle, acelero el paso, era demasiado orgulloso para reconocérselo a sí mismo, pero tenia miedo. La luz verdosa del amanecer daba a París un aspecto onírico y lúgubre, cada vez estaba mas cerca, observo a lo lejos una iglesia y echo a correr, la puerta estaba cerrada.
-Buenos días señor Antonin.
-¿Quién es usted? Respondió jadeando.
-Puede llamarme Señor Turner “el azote de los morosos”.

Andrew se despertó bruscamente en mitad de la noche. -¿Quién coño es el Señor Turner? Se dijo en voz baja. Elisabeth dormía candorosamente a su lado, en la habitación se respiraba la tranquilidad del hogar, finalmente consiguió conciliar el sueño entre la confusión y el miedo. –Todo esta en su sitio Señor Andrew, duerma y no desperdicie esto que se le ha dado.
Al llegar el nuevo día a Andrew todo le pareció maravillosamente armonioso, la mañana desprendía paz y normalidad, el aun se encontraba algo aturdido, pero el ambiente había vuelto a recuperar el tono aséptico de la rutina. Esto se vino abajo nuevamente nada mas abrir la puerta de su casa. A sus pies había un pequeño sobre certificado, “Parlamento del orden invisible” ponía en su reverso con letra solemne, lo abrió bruscamente, “Señor Andrew Spellson, debido a su incumplimiento de la ley numero 754.812 de nuestra constitución global, se han iniciado ya los tramites para el proceso de análisis e inspección de su persona. Rogamos asista cuanto antes a la dirección que aquí se le adjunta. Atentamente, el Señor Turner”. Un enorme vacío surgió de repente en el interior de Andrew, el cuerpo se le paralizó por completo, un abismo feroz comenzó a engullir sus entrañas, se arrodillo y vomito en un aullido sordo.
Minutos después ya estaba ante el edificio donde había sido citado, tan solo se encontraba a dos manzanas de su casa, pero no recordaba haberlo visto nunca, su aspecto era frío e impersonal, y su diseño excesivamente minimalista, casi robótico, “Por el mantenimiento del orden invisible, pague aquí sus deudas”, rezaba escuetamente el cartel de la entrada. Cerro los puños tratando de encontrar un valor que no tenía, y entro sudoroso. En la recepción había un hombre alto con túnica negra, tendría unos 60 años y un rostro arrugado con mirada inquisidora, Andrew le entrego la citación, la miro con apatía.
-Jum, planta 4, pasillo numero 6, vaya, le esta esperando.
-De…deacuerdo.
Subió en un ascensor metálico de aspecto opresivo, al llegar a la planta 4 un nauseabundo vaho a hierro oxidado ocupo todo el espacio, sintió un ligero mareo, torpemente comenzó a caminar hacía el pasillo numero 6, era estrecho y no se veía el final, se asemejaba mas a un viejo túnel o a una alcantarilla que aun edificio del estado global. Cientos de carpetas, manuscritos y facturas yacían apilados en el suelo y estrechaban aun más el siniestro pasillo. De repente un hombre paso por su lado, era el mismo anciano con túnica negra que le atendió en recepción, le esbozo una sonrisa sardónica, un nuevo pinchazo le atravesó la sien, sintió como si millones de cristales rotos perforasen su cerebro, se llevo una mano a la cabeza y continuo tambaleándose, el olor a hierro oxidado aumentaba lentamente. -¿Por qué he venido aquí? Alguien esta jugando conmigo. Seguidamente se topo una vez mas con el anciano de la recepción, le miro con odio, Andrew aparto la vista, tras él venían dos ancianos mas, eran idénticos, lanzaron una carcajada al unísono.
-Dese prisa, el Señor Turner le espera al final del pasillo.
Las paredes y el suelo se estrechaban poco a poco, imágenes fugaces empezaron a ocupar su percepción, vio a todos sus compañeros de trabajo convirtiéndose en masas de carne putrefacta, el hedor a bazofia en descomposición le provoco arcadas. Un ente maloliente completamente deformado le hablo con la voz de su jefe de sección. –Señor Andrew, la empresa esta cada día mas contenta con su esforzada e impecable labor, ja, ja, ja, siga así y pronto tendrá su merecido ascenso. Después vio a su esposa Elisabeth derretirse ante sus ojos, de su cabeza salían cables quebrados y envejecidos, ella sonreía, cayo a sus pies en una mueca grotesca. Su hija Naomi apareció frente a el, estaba desnuda, y unas diminutas alas blancas surgían de su espalda, sollozaba en voz baja, de la nada aparecieron dos sombras sin forma y con brillantes ojos rojos, la devoraron cruelmente mientras la niña gritaba presa del pánico y del dolor. Por ultimo todo sé volvió negro y hueco, en la lejanía pudo ver un ojo con dos pupilas, le pareció lo más hermoso que había visto nunca, se llevo las manos a la cabeza. Se encontraba arrodillado frente a una diminuta puerta, el pasillo se había estrechado tanto que tenía que andar a gatas. –Debe de ser aquí. Abrió la puerta que más bien parecía una ventana y se arrastró por el pequeño túnel que había tras ella, ya se veía la luz al final cuando algo le empujo hacía adentro.
Se levanto de una vieja colchoneta que había en el suelo, alzo la vista y observo la ventana-tunel por la que había caído, la habitación era grande y espaciosa, parecía estar hecha de algún tipo de metal blanquecino.
-Buenos días Señor Andrew.
-E…¿Es usted el Señor Turner?
-Exacto, también me conocen como “El azote de los morosos”.
El señor Turner era un hombre extremadamente flaco de unos 40 años, media mas de dos metros e iba pulcramente trajeado, bajo su nariz crecía un ridículo bigote que no conseguía humanizar un rostro esculpido en acero, su semblante parecía calculador y sarcástico a partes iguales.
-Pero yo no soy ningún moroso.
-Se equivoca Señor Andrew, usted tiene una deuda con nosotros, hemos trabajado muchisimo para que sea lo que es ahora, no puede dejarnos sin más.
Las palabras solemnes e inhumanas del Señor Turner se iban clavando una a una en el pecho de Andrew, estaba empezando nuevamente a sentir el vacío en el estomago.
-¿De que me esta hablando? Yo no les debo nada.
-Je, pobre infeliz, todo lo que le rodea nos lo debe a nosotros, su estabilidad, su normalidad, su trabajo, le hemos regalado su vida.
-Todo lo que tengo lo he conseguido con mi esfuerzo, no les debo nada, ¿Cuál ha sido mi crimen?
Ahora su cabeza estaba empezando a latir como una olla a presión.
-Su crimen es inconsciente estimado amigo, es por culpa de ese maldito instinto humano que todos poseéis. Su historial no era nada bueno, pero aun así se adapto muy bien, acepto nuestro regalo sin reticencias. Pero hace unos días salto la alarma, su interior comenzó a funcionar deficientemente…
-¿De…de que esta hablando?
Estaba empezando a sentir vértigo.
-De repente quiere rechazar nuestro regalo, y eso es de muy mala educación Señor Andrew. El orden invisible no puede permitirse conductas como la suya.Los ojos de Andrew se quedaron en blanco, su cuerpo se desplomo.

1 comentario:

  1. El relato tiene muy buena pinta, aunque un poco complejo de momento. Y las ilustraciones son muy muy buenas, sobretodo las dos ultimas.

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