sábado, 4 de abril de 2009

Artes Oscuras



ARTES OSCURAS

Querida Marie Ann:
Perdona mi falta de responsabilidad. Si te ha llegado esta
carta es porque irremediablemente faltaré a nuestra cita del próximo viernes. Lamento que tengas que pasar por esto, pero debía hacerlo. Si te he de ser franco, no pensé en ningún momento que la muerte me cogería en estos arduos momentos, y menos quedando tan poco para finalizar mis experimentos. Pero ya ves, fui un necio al pensar que podría manipular la alquimia a mi voluntad. Espero que algún día puedas perdonarme.
Atentamente y siempre tuyo:

Lucas.

La joven dama no pudo remediar el derramar unas cuantas lágrimas por el que había sido su amante. Pero, como ella bien sabía, aquello no tenía por qué ser el final. Su amado no era el único que había estado investigando las artes oscuras. Ella sabía de buena mano que Lucas tenía un ayudante que, al parecer, estaba muy bien dotado para la alquimia. Apenas era un crío inmaduro, pero más de una dama había caído a sus pies, y no precisamente por sus encantos, sino más bien por sus encantamientos. Si era capaz de eso, quizás pudiera explicarle lo que le pasó a su amado y, quién sabe, incluso podría existir alguna forma de hacer que Lucas regresase.
Así pues, acompañada de Marco, un fornido guardia que forjaba su vida ocupándose de la defensa y el bienestar de la familia de Marie, hizo llamar al ayudante de Lucas, quien se hacía llamar Pablo.
El joven aprendiz tardó en llegar pero, al fin, tras dos horas de retraso, se dignó a aparecer ante la dama. El joven había cambiado, no hacía mucho presumía de ser alguien con unos cuantos kilos de más, y ahora parecía tener un cuerpo digno de los cánones de belleza griegos. Era de ignorantes pensar que había logrado aquello sólo con ejercicio, sabiendo que era conocedor de las artes oscuras. Pero Marie no quiso hacer caso y se dispuso desde el primer momento a interrogar a su invitado.
- Te he hecho llamar porque te quería preguntar…
- Por Lucas. – dijo el joven sin dejar que la dama acabara de hablar.
- S…sí, así es. Me gustaría saber el por qué de su…desaparición.
- Marie, es mejor que no sepas los porqués, simplemente ya no está con nosotros.
- ¡Pe…pero tú sabes qué le pasó, entonces! ¿No es así?
- Sí, le vi dar sus últimos suspiros, y fue a mí a quien dedicó sus últimas palabras.
- ¿Qué le pasó? Te lo suplico, sólo quiero saber dónde fue, cómo ocurrió, y si es posible recoger su cuerpo y darle los honores funerarios necesarios.
- No creo que eso le importase a él mucho pero, ya puestos a que planeo irme de este pueblo dentro de dos días, no me cuesta nada hacer lo que me pides… Que así sea. ¿Sabes dónde están las ruinas de la iglesia abandonada?
- ¿La que le dedicaron a San Juan?
- Esa misma. Te espero allí a medianoche. ¡Ah! Y será mejor que lleves contigo a esa mole de músculos. Nos será útil. – Después de citar a Marie, sin mediar palabra, dio media vuelta y se largó por donde vino.
La joven no pudo dormir en toda la noche. Tampoco comió, pues su cabeza estaba centrada en lo que pasaría al día siguiente.
Tal y como le había advertido Pablo, llevó consigo a Marco y, puesto que quería acabar cuanto antes, hizo llamar también a otro de sus guardaespaldas familiares, Lucio. Cuando llegaron al sitio indicado, por la posición de la luna Marco advirtió que era más de media noche; pero eso no era lo que más preocupó a la joven, ya que en aquellas ruinas no estaban solos. Personas de los dos sexos, adultos y jóvenes, se paseaban por el lugar con ropas desgarradas y vista perdida en el horizonte. Sentado junto a una tumba estaba Pablo, también con la vista perdida.
La joven, indignada por la falta de intimidad y los escalofríos que despertaban en ella todos aquellos desconocidos se dirigió al joven aprendiz y en voz baja le preguntó:
- ¿A qué viene todo esto? ¿Quién es toda esta gente? Creía que íbamos a estar nosotros solos.
El joven miró a la muchacha y le respondió:
- Son mis compañeros. Yo ahora vivo con ellos y ellos conmigo. Todos juntos, aquí.
- ¿Dices que vives aquí? Pero si ni siquiera tiene las cuatro paredes enteras. ¿Cómo puede tratarse esto de un hogar para tantas personas?
- ¿Personas? Nos alabas mucho a mí y a mis compañeros al llamarnos personas…
- ¿A qué te refieres con eso?
- Ya no somos personas. Algunos dicen que carecemos de alma, otros que carecemos de cuerpo, pero la verdad es que
carecemos de ambas cosas. Sólo somos un residuo de lo que fuimos una vez, sólo somos los recuerdos de las personas que una vez fuimos.
- ¿Cómo puede ser? Ayer parecías ser…normal.
- No recuerdo haber sido visitado ayer; pero claro, sólo soy capaz de retener los recuerdos que tenía cuando estaba con vida.
- ¡No! ¡Tú me visitaste a mí, fuiste a mi casa!
- Me temo que eso es imposible; desde que Lucas me sacrificó en este altar, he sido maldito a no poder abandonarlo.
- ¿Cómo dices? ¿Lucas te sacrificó?
- Me sacrificó. Necesitaba mi cuerpo para poder conseguir sus propósitos. Ahora él posee mi cuerpo, un joven cuerpo que nunca envejecerá gracias a un hechizo que yo mismo hice antes de ser traicionado.
- ¡No puedo creerte! ¿Dónde está su verdadero cuerpo si lo que dices es cierto, sucio mentiroso?
- Aquí, bajo esta lápida – dijo señalando el lugar donde estaba sentado.
- ¡Mientes!
- No puedo mentir, carezco de intereses para hacerlo. Su antiguo cuerpo se pudre bajo esta lápida.
- ¡Déjame ver si es cierto lo que dices! ¡Marco! ¡Lucio! ¡Abrid la tumba!
Dicho y hecho: los dos hombres, sin mucha dificultad, destaparon el polvoriento sarcófago para confirmar que lo que decía Pablo era verdad. Allí estaba el cuerpo de Lucas, sin heridas, impune, pero sin vida. Marie se arrodilló junto al cadáver y, comprendiendo que había sido engañada por quien más quería, renegó a darle los honores funerarios; pues al fin y al cabo aún seguía vivo y dudaba que siguiera en el pueblo. Dio la orden de que cerraran de nuevo la tumba, pero asustada se dio cuenta de que algo iba mal. Todos aquellos “seres” que vagaban por allí se concentraron y ahora rodeaban a los recién llegados.
- ¿Qué pasa aquí? ¡Pablo, ayúdanos! ¡¿Qué es lo que quieren?! – preguntó Marie.
- Me temo que yo aquí no tengo nada que hacer. Somos prisioneros de muchos encantamientos, y uno de ellos es el de llevar con nosotros a quien descubra la verdad sobre el crimen que cometió tu amante. Tranquilos, sólo os dolerá hasta que hayáis muerto.

Texto: Manel J Sánchez.
Ilustraciones: vicentedamián.

1 comentario:

  1. Muy buen relato, como para hacer una película con la historia... y es que la alquimia es poderosa pero cobra caro.

    Oscuras Reverencias.

    ResponderEliminar